Por Mayra Nebril
Las inundaciones más graves de la historia del país habían comenzado. Treinta y tres fue el primer lugar castigado por el agua con veinte mil evacuados, el pueblo de Vergara afrontó una inmersión total al tercer día de lluvia, por lo que empezaban a llamarlo el Atlantis uruguayo.
El Pepe había creado un comité de emergencia nacional formado por profesores de natación que daban clases en las lagunas públicas, cursos acelerados de una semana para aprender a nadar. Estilo crol, espalda y rana, tuvieron que incorporar el modo perrito para los que no le agarraban la mano ni a hacer la plancha.
El gobierno suministraba mallas, bikinis y shorts de baño, pero se agotaron a los tres días. El ministro de salud pública exhortaba a los vecinos y vecinas a cuidar su higiene personal ya que el contagio de hongos y moluscos estaba haciendo estragos en la población. Incluso Lucía, para apoyar a su marido y dar el ejemplo, había organizado una serie de nado sincronizado con María Julia y Daisy. Al ritmo de tambores que sonaban ejecutados por tres ministros, se zambulleron las tres mujeres ceñidas por sus mallas frenteamplistas en la laguna. Había que ver para creer. Formaron rosas, mariposas, la hoz y el martillo. Y para finalizar el acto, intentaron, aunque no lució bien, dibujar la cara del Che. Un esfuerzo titánico, que las dejó extenuadas pero que puso al plantel de gobierno a vivarlas de pie.
En fin, lo que quiero que comprendan es que cuando hablo de crisis nacional, no exagero en absoluto, y ningún uruguayo que pensara tener una solución para las inundaciones, hubiera dudado en ofrecerla.
Eran las nueve de la noche del miércoles, el Licenciado Lapsus Linguae con una copa de vino y la radio encendida intentaba distenderse. Lo sacó de sus pensamientos el timbre. No esperaba a nadie. Se acercó a la puerta y encontró a una mujer.
-¿Lapsus?
-El mismo.
-Soy la Licenciada Albahaca. Fuimos compañeros en Facultad. Nos hemos cruzado en congresos, ¿me recuerda? - Lapsus la enfocó con esmero, y la encontró vagamente familiar. – Quisiera tener una consulta con usted.
-Tiene que pedir hora, si quiere lo agendamos para la semana próxima.
-¿No podría ser ahora? No sé si podré volver a juntar valor.
Lapsus estaba sopesando el pedido, cuando el toldo del cielo se rajó y comenzó a caer agua a baldazos
-Pase, pronto. – resolvió el Licenciado –Su rostro me es familiar. Tome asiento. Usted dirá, Licenciada Albahaca, cuál es su emergencia.
-De esta consulta entre usted y yo, depende el destino de Uruguay Licenciado, y mire que no estoy exagerando.
-Explíqueme Albahaca, ¿cómo es esto de ayudar a nuestro pueblo?
-Leer es una pasión para mí y hace un tiempo se han abierto túneles entre la lectura que realizo y mi ser. Leo y siento, y es ese sentir el que se transmuta en determinado tipo de clima, clima afectivo que se literaliza.
- ...¿?
-Le explico, llueve cuando leo a Virginia Woolf, mi preferida. Y con Borges, un gentleman sobrio austero, comienza a secar lo anegado, y con Cortázar viene la primavera y florecen jazmines en abril, y con Flaubert la lentitud nos hace flotar en brisa calurosa, ¿me sigue? Esto es cierto Licenciado, mire que me he dedicado a hacer changas como domadora del tiempo. Los fines de semana voy a barmitzva, bodas, cumpleaños, me contratan para que no les llueva. En la embajada de Inglaterra, por el casamiento de la princesa hubo una fiesta, ¿se acuerda?...estaba pronosticada una tormenta con alerta meteorológica, me esforcé mucho esa vez, empecé a circular por el evento recitando poesías de Borges. Y si quiere le cuento de otro evento más reciente. ¿Usted va a la fiesta de Yemanja? Me contrataron un grupo de pais y mais para el festejo. Hicimos un recorrido por cinco playas.
-¿Hicimos? ¿Con quién trabaja Albahaca?
-En esa oportunidad, me acompañaron mi marido y los gurises, como la paga no era muy buena, negocié con el pai jefe una autorización para un puesto de venta ambulante, y mientras yo recitaba “Alguien” de Borges. ... No me mire con esa cara, parece fácil, pero lo desafío a que intente recordar a Borges cual letanía, mientras están tirando melones y pepinos encendidos al mar, no es sencillo. Mientras tanto mi familia ofrecía velas, tarros de pop, y tortas fritas que hicimos de a cientos en el correr del día. Usted sabe que la psicología es económicamente muy inestable, y una changuita que otra no me venía mal. ... Pero perdí el don, y es todo un descontrol ahora.
-¿Usted se culpa por las tremendas inundaciones, Albahaca?
-Virginia Woolf me recita sus frases una tras otra sin que la llame. Leo a Borges y allí aparece Mrs. Dalloway, leo a Tolstoi y aparece Orlando, leo la revista Caras e irrumpe una declamación de Las olas. Se me trancó la Woolf y no encuentro la manera de resetearla, ¿entiende? La lluvia no se va a detener Lapsus hasta que no la destranque, lo sé, se lo aseguro.
-¿No le parece un poco mucho lo que sugiere Licenciada? ¡Usted controla el clima!
-…
En medio del silencio el Licenciado supo que era verdad, y sopesó la responsabilidad que tenía en sus manos. La seguridad pública de un país y sus habitantes.
-Haremos un trabajo intensivo, dos horas diarias de lunes a domingo, usted se tiene que entregar a mis procedimientos, las situaciones delicadas requieren de procedimientos riesgosos.
-Por supuesto Licenciado, proceda.
-Leeremos autores frescos, contemporáneos, le prohíbo la conexión con los clásicos tanto en sesión como fuera de ella. Tenemos un máximo de dos semanas y hoy empieza el exorcismo.
-No quiero resignar a Virginia, Licenciado, no puedo.
-Mire Albahaca, tiene una responsabilidad para con una nación, es su deber, y va a tener que desalojarla.
Un trueno les iluminó la conclusión.
-Decidido. Salvaremos la patria, Licenciado.
A los diez días paró de llover, el cielo gris empezó a agujerearse de celeste. El agua se empezó a evaporar y el alerta rojo fue naranja, amarillo y verde. Albahaca quedó extenuada por los intensos procedimientos. Lectura de Cohelo y Corín Tellado de dos horas diarias, y para redondear las sesiones, libros de autoayuda y sus ejercicios: Acuéstese en el piso y grite los defectos que quiere dejar salir de su cuerpo.
La licenciada sigue gustando de la lectura de Virginia, pero sabe de su responsabilidad y resiste al vicio con el muro de la abstinencia. Lapsus en los días de bochornoso calor la recuerda con compasión, sabe que deberíamos sacar a Artigas de la Plaza Independencia y sobre el caballo sentar a la Licenciada Albahaca, la domadora del tiempo, y a él, su psicoanalista. Son héroes nacionales, y se merecen un buen descanso.