Escribir


por Paola Menta

Intranquilidad y sobresalto fueron las primeras palabras que acudieron a su mente cuando finalmente decidió levantarse. La noche había estado complicada.

Dos sueños y una gotera fueron la causa de su mal dormir y peor despertar casi dos horas antes de que el despertador hiciera sonar su alarma.

Camino del baño, registró que pese a tener los ojos abiertos, seguía padeciendo el influjo de las imágenes del sueño, sobre todo del primero. Deseó, al ritmo del cepillo de dientes, que las imágenes se disiparan y le permitieran, al menos, una jornada en paz, cosa que no ocurrió.  Estas retornaron mientras se peinaba y la interrumpieron el día entero. La ajenidad con la que se viven los sueños siempre le impresionaba, así que para acercar esos sueños un poquito, para apropiárselos, intentó establecer alguna relación entre ellos y la noche anterior.
Sin embargo, por más que buscó y rebuscó, nada revestía especial interés.

Pero eso era decir nada, la memoria es engañosa. Recordó que antes de apagar la luz, había terminado de leer las últimas páginas del Diario de un Canalla de Mario Levrero; “lectura sin particularidades”-se dijo- ; incluso más, por momentos el texto la aburrió, y el bendito Pajarito (personaje central del Diario) llegó a exasperarla. Recordó también cómo se había reído al pensar: ¡Marito querido!, ojalá te hubieras dedicado a la ornitología, porque entre las palomas de la Novela Luminosa y el Pajarito de Diario de un canalla… ¡ufa!
Sin embargo, sabía, reconocía (aunque por alguna razón le resultaba molesto admitirlo) que había soñado con un pájaro que, teniendo envuelta su cabeza en una bolsa de nylon blanco, caminaba enloquecido a lo largo de un muro interminable.

Mientras se dirigía hacia la cocina trató de evitar el recuerdo del sueño: ¿por qué se torna tan molesto a veces, aceptar que ese libro que leímos y que enfáticamente reprobamos y hasta creímos insignificante, nos provoca un sueño? –Se preguntó, no sin cierta turbación. Es casi como si el libro se burlara de nosotros, atinó a pensar antes de que el timbre del microondas la devolviera al mundo en el que se preparaba el desayuno.
Con los primeros movimientos circulares de la cuchara dentro de la taza de café con leche, se sintió cansada y, de no suceder algún milagro, el mal humor terminaría por arruinarle el día.

Con la taza en la mano, se deslizó hacia el jardín. Bebió en silencio mientras contemplaba los signos de la incipiente primavera en el rosal y la madreselva. Sin embargo, no se alegró. La desazón y el desgano comenzaban a mezclarse con cierto dolor, de allí a sentir que la vida resultaba una verdadera estafa era cuestión de un par de minutos, conocía ese camino de memoria y el maldito sueño lo había dejado habilitado otra vez, una vez más. Apuró el café con leche y entró. Sintió ganas de escribir, de acometer el teclado de la laptop que se encontraba arriba de la mesa de la cocina donde la había dejado la noche anterior, después de haber chequeado mails. Era extraño volver a sentir ganas de escribir, hacía mucho tiempo que no le pasaba.

Escribir le permitía delinear los sucesos cotidianos, enmarcarlos. Y así, al ser recortados por las palabras, era posible abrir una ventana. Y al revés, al mirar por esa ventana las palabras daban espesor a los hechos que así se despegaban del plano. Era como montar una carpa de circo. Hombres y elefantes (le gustaba imaginar) jalan al mismo tiempo de los tirantes de la carpa; la carpa comienza a elevarse, tambaleante, embolsada por el viento hasta que logra erigirse. De ese montón de tela informe tendida en el suelo, de ese enredo de tela y cuerdas, contando con la tensión necesaria se logra armar algo habitable. Esa era exactamente la sensación que le llegaba cada vez que se sentaba a escribir, encontrar cierta habitación. Y también era esa sensación la que la mantenía sentada frente al teclado, pese a los momentos de desesperación.

Trabajaba lentamente, el ritmo de la frase la obsesionaba y se le resistía. No le interesaba que la frase corriera, se deslizara y consumiera palabras y más palabras, sino más bien que cada palabra pudiera hacer sus señas a quien en ella su mirada detuviera, y así desplegar su poder.

Las palabras son seres curiosos, se deslizan sobre y entre las cosas, reptan, rebotan, se agolpan todas en un rincón algunas veces y otras se dejan ver ordenadas, limpias y peinadas en los diccionarios, pero, ¿por qué están en todos lados menos cuando más se las necesita? Son caprichosas, vanidosas, exigen paciencia y trabajo para volverse consistentes, para que ganen peso y adherencia.

El ritmo ágil y sostenido de los dedos en el teclado de pronto cesó, la interrumpió un pensamiento de esos que aterrizan mientras se está escribiendo, y que sólo por eso llegan: ¿en qué momento algo se vuelve escribible?; notó la vaguedad del pensamiento, pero no lo descartó, más bien lo intentó precisar: ¿en qué circunstancias algo se vuelve –para mí– escribible?... Se permitió medio giro más: ¿cómo?, ¿debido a qué se produce el recorte que hace que algo se vuelva –para mí– escribible?

El sol estallaba ya en el ventanal de la cocina, habían transcurrido tres horas desde que hubo aceptado el riesgo de sentarse a escribir, tenía que irse a trabajar. Volvió a centrar su atención en la pantalla y en los pocos minutos que le restaban antes de vestirse para salir a la calle (había decidido ponerse lo mismo que el día anterior, con lo cual ganaba unos cuantos minutos) tomó coraje, juntó aire y leyó, en voz alta, lo que había logrado atrapar esa mañana.

Siempre le resultaba extraño escucharse leer, pero más extraño le resultaba imaginarse cómo sonarían esas mismas palabras lanzadas al aire a través de la voz de otros lectores, ¿con qué ritmo, con qué entonación leería cada quien aquel puñado de frases? y ¿qué sentido tenía hacerse esa pregunta, si ella ya no estaría allí para escucharlo?, el ruido de la impresora silenció las preguntas, tomó las hojas de la bandeja las plegó y las colocó dentro de la agenda que a su vez colocó dentro de la cartera marrón, ¡no fuera a ser que se escaparan!, aún no estaba lista para dejarlas ir.


Imagen:  Remix CC de Mike Licht sobre el Vermeer "Mujer escribiendo una carta y criada".

Escribir cada vez


por Elianna Pascual


«… Las sociedades “reescriben”, así sea inconscientemente, todas las obras literarias que leen. Más aún, leer equivale siempre a “reescribir”. Ninguna obra, ni la evaluación que en alguna época se haga de ella pueden, sin más ni más, llegar a nuevos grupos humanos sin experimentar cambios que quizá las hagan irreconocibles. Esta es una de las razones por la cual lo que se considera como literatura sufre una notoria inestabilidad.» Terry Eagleton, Una introducción a la teoría literaria

«El mío es un trabajo que dice algo sobre algo de otro.» Saul Steinberg, Reflejos y sombras




Las palabras del fabuloso caricaturista nos ayudan a condensar, como poesía, el querer sentir de este texto. Porque, de alguna manera, escribir también es decir algo sobre algo de otro. Escribir es una forma de decir, y leer es una forma de decir, de redecir, de reescribir. Intentaremos, a continuación, jugar con algunas palabras ajenas y algunas sensaciones propias, para continuar rediciendo.
Al proponerme escribir este artículo he empezado varias veces y por distintos lugares. Escritura, lo que se dice escritura, es un tema demasiado amplio para decirlo en pocas palabras. Podría haber elegido hacer una reseña histórica sobre el origen de la escritura y una reflexión antropológica acerca de los cambios que ella ha impulsado en las distintas sociedades, o su evolución hasta el día de hoy. En ese caso, claro está, lo literario propiamente dicho quedaría a un lado. ¿O no? ¿Acaso no podríamos preguntarnos sobre las distintas maneras de leer las obras literarias que han experimentado los hombres? Acaso podríamos evocar a Homero, a Cervantes o a Shakespeare, tres intachables de la literatura, y rápidamente podríamos inferir que la forma en que han sido interpretados a lo largo del tiempo no es la misma. ¿Es plausible estudiar las formas en que cada época histórica ha leído a sus grandes escritores? ¿Es esto también literatura? Podemos ensayar intentos, pero ante todo alcanza con que tengamos presente el cambio de perspectiva. Elocuentes son las palabras de Eagleton, a este respecto: «El que siempre interpretemos las obras literarias, hasta cierto punto, a través de lo que nos preocupa o interesa (es un hecho que en cierta forma “lo que nos preocupa o interesa” nos incapacita para obrar de otra forma), quizá explique por qué ciertas obras literarias parecen conservar su valor a través de los siglos. […] “Nuestro” Homero no es idéntico al Homero de la Edad Media, y “nuestro” Shakespeare no es igual al de sus contemporáneos.» Y es que la lectura de un texto responde estrechamente a la ideología de la sociedad que lo lee, como este autor señala en su primer capítulo del libro Una introducción a la teoría literaria. Hay maneras de escribir y maneras de leer, y la combinatoria, cuando estamos ante textos valiosos, es inabarcable (lo cual, a su vez, hace que los textos sean, creo modestamente, potencialmente más valiosos, aún). Me gustó mucho la idea que propone Eagleton de que leer es reescribir, sin duda ambas prácticas, la de la escritura y la de la lectura-reescritura, están intrínsecamente entrelazadas.
También me gustó mucho la forma en que Cecilia abarcó la discusión sobre qué es literatura y qué no lo es, en su sesudo artículo Esto es una escritura (no una pipa).

En cuanto a la crítica literaria, quizás es bueno escuchar a los que han leído antes que uno, seguramente sus opiniones son muy valiosas, pero, como dice Eagleton, los juicios de valor que constituyen la literatura son históricamente variables, y se relacionan estrechamente con las ideologías sociales. No debemos perder de vista que la crítica literaria también responde a factores ideológicos de cada época, y eso sin lugar a dudas  condiciona las lecturas y relecturas que se hagan de un texto. («La estructura de poder (oculta en gran parte) que da forma y cimientos a la enunciación de un hecho constituye parte de lo que se quiere decir con el término “ideología”.» Eagleton, op. cit.)
O bien, quizás algo similar dijo, con palabras más sencillas, García Márquez: «… La manía interpretativa termina por ser a la larga una nueva forma de ficción que a veces encalla en el disparate.» (La poesía, al alcance de los niños. 1981)

En cuanto a la legitimidad de la lectura psicoanalítica que podamos hacer de un texto, yo creo que todas las perspectivas son válidas si el análisis es sobre el texto escrito. En este sentido, podemos intentar ponernos de acuerdo acerca del siglo en que fue escrita La Ilíada, imaginarnos la vida en la Grecia Antigua; podemos intentar psicoanalizar a Don Quijote;  podemos mirar a Madame Bovary con los ojos de la sociolingüística. Me parece que esas miradas suman a la lista de preguntas y respuestas que nos podamos hacer sobre un texto, en tanto texto como universo en sí mismo, y quizás esa lista de reflexiones tiene mucho que aportarle a la literatura. Del mismo modo, el análisis literario de una crónica de los llamados viajes de descubrimientos tendrá puntas útiles a los historiadores y a los cartógrafos. Ahora bien, prefiero quedarme con la posición de que el campo de la literatura abarca la obra y no al autor, en este sentido la interpretación psicoanalítica sería válida para el yo lírico de Horacio, pero no para Horacio; para el narrador del Quijote, pero no para Cervantes; para las múltiples voces que aparecen más o menos solapadamente en Madame Bovary, pero no para Flaubert.


Creo que el estudiar exhaustivamente las condiciones en que una obra literaria fue escrita, las características de su autor, la condiciones sociales en que se desarrolló el texto y aun la manera en que ha sido leído a lo largo de las épocas, son modos que forman la trama de un campo de estudio absolutamente razonable y legítimo; pero no necesariamente tiene por qué coincidir con el de la literatura. En cambio, el decir estrictamente sobre lo escrito, el escribir sobre la lectura–reescritura de los textos cuidadosamente escritos, eso podría llamarse literatura y en ese sentido podemos decir que la literatura se escribe a sí misma permanentemente.

Mesas de luz - Setiembre - 2012

Paola     



Tratando de impedir que Jane Austen quedara patas arriba y con las enaguas a la altura de la cintura, DW Lawrence se torciera el cuello por el peso de ésta al caer sobre su cabeza, Alicia no pudiera seguir al conejo porque Faulkner, al recibir un empujón, cayera tapando el agujero de la madriguera, o lo que es peor, se rompiera el espejo o alguna otra desgracia, consecuencia  del desmoronamiento de la alta torre que hace equilibrio sobre mi mesa de luz, inauguré una extensión de la misma. Se trata de una bolsa de nylon grueso con manijas de plástico muy resistentes que llegó a mí, proveniente de la vecina orilla, conteniendo el libro Soñar con Freud.

Las ventajas de la bolsa plástica que lleva impreso, en ambos lados: Cúspide Libros, han sido  notables. Además de permitirme seguir acumulando libros, sin el riesgo de lesiones por caída de la pila, lo  más destacable es su movilidad. Estando siempre lista para llevar, me evita tener que pensar todos los días qué libros llevo conmigo cuando salgo de casa. Para aquellos que son curiosos, diré que la bendita bolsa pesa ya 3kg.

Están entonces en la Cúspide en este húmedo agosto: 

La revista Litoral 18/19 (abril 1995): La implantación del significante en el cuerpo, especialmente el artículo "Hablar a los muros" de Mayette Viltard que ha sido y es de gran ayuda para persistir, en la lectura del Seminario IX La Identificación, de Jaques Lacan. 

También en la Cúspide el Seminario XXIV L’insu de Jaques Lacan, al que fui llevada a causa del libro ¿Qué lee un analista? de Isidoro Vegh, del que, cada tanto, también releo algunos párrafos.

Venía a  buen ritmo en la lectura  de ambos seminarios hasta que llegaron a la Cúspide Mario Levrero con La Novela Luminosa y Cristina Peri Rossi con El amor es una droga dura.

Las primeras diez páginas de La Novela Luminosa trajeron consigo la idea de comenzar un diario de lectura, me entusiasmé verdaderamente y compré un block especialmente destinado a ello que, por supuesto, ya tiene su lugar en la Cúspide. 

A veces me pregunto qué relación llegarán a establecer entre sí todos estos textos. Pero, me digo, aún no es tiempo de responder, más bien es tiempo de dejar avanzar el trabajo de la lectura. 

A veces pienso que existe un secreto nexo entre todos ellos que sólo la lectura es capaz de escribir.


  Cecilia

Pasamos un buen rato sin escribir nuestras mesas de luz, y en ese tiempo constato que la mía ha tenido gran movimiento. El abandonar el auto y empezar a utilizar el viejo y querido medio de transporte colectivo (¿sabían que ómnibus significa "para todos" en latín?) para ir a trabajar, redundó en una hora de lectura más por día. Leí libros enteros en el ómnibus; por ejemplo el de Matías Paparamborda, de editorial HUM, El luchador invisible, que me hizo lagrimear bastante -lo conozco a Matías, compartimos infancia en el mismo complejo habitacional; su novela es bien autoreferencial y habla del duelo por su padre, que tenía un taller de reparación de aparatos eléctricos en el complejo, al que a mí me mandaban mis padres a llevar a arreglar cosas de casa que no funcionaban (en la vetusta época en que las cosas se mandaban a arreglar cuando se rompían): "andá a lo de Paparamborda, llevale esto y decile..." (¡cómo los padres agarran de mandaderos a los hijos!, ¿de ahí habrá salido el "nos tienen de hijos"?, pero yo me alegro porque de lo contrario no hubiera conocido a tanto personaje entrañable, como al del quiosquito de la esquina, al que me mandaban por los puchos; íbamos con mi amiga Vivi y nos quedábamos horas de conversa... perdón, me fui, ...mejor vuelvo), por lo que a sus contenidos literarios, se sumaban mis recuerdos afectivos; consecuencia: pasé vergüenza mientras duró la lectura del libro, tratando de atemperar el lagrimerío y no salpicar a mi acompañante de turno, confieso que sin mucho éxito; ante lo inevitable, me consolé pensando que si estaba en el "para todos", nos mojamo' todos, nos mojamo' y ¡¿cuál es el problema?!).

También leí en medio del run run, y al solcito, el de Cristina Peri Rossi, La tarde del dinosaurio, que me prestó Eli, y partes del de un joven escritor argentino, Ignacio Molina, Los modos de ganarse la vida, que me hice traer de la otra orilla por una compañera de trabajo. El de Cristina me gustó mucho. El de Ignacio no. Sobre gustos...

También alterné entre el vehículo "para todos" y el escritorio "para mí solita" , lecturas y relecturas teóricas: Poética del psicoanálisis, de Rosario Herrera Guido (ese lo voy a seguir paseando un buen tiempo más, intento hacer un trabajo basado en ese texto) y a Barthes en El susurro del lenguaje y en El grado cero de la escritura, así como a Eagleton en Una introducción a la teoría literaria, y a Genette en Figuras III. Para mi artículo sobre "la escritura", que me dio un trabajo bárbaro, necesité leerlos con cierto (apasionado) detenimiento. Tienen mucho para decir, mucha sacudida para dar a las naturalizaciones que hacemos de ciertas cuestiones (al menos yo sentí varias cachetadas que me dejaron las mejillas coloradas). Recomiendo mucho, mucho, a quienes andan por los derroteros de las figuras retóricas (en especial metáfora y metonimia) una lectura del capítulo "La retórica limitada" del libro de Genette. Discute, por ejemplo, la sobreutilización del término metáfora, cuando muchas veces se trata de metonimias (y muestra esos usos desviados, por ejemplo en Jakobson y en Lacan), para decir que la metáfora se ha convertido en "la figura de figuras", la diosa indiscutida de la retórica, pero que eso responde a la historia de una limitación. Se los super recomiendo, a todos los que anden interesados en estos vericuetos del lenguaje. ¿Ya les dije que se los recomendaba? Pero, ¿lo hice con las dos manos?

Ah, y por último, empecé a leer el librito de Sofi Richero que me compré el domingo en la feria de Tristán Narvaja, Limonada. Me lo compré porque en un trabajo de Matías Núñez Fernández "Ejercicios de perspectiva del yo y discurso autoficcional en la literatura uruguaya a partir de Mario Levrero" que está en la Revista de la Biblioteca Nacional número 4/5 Escrituras del yo, lo analiza junto con la obra "autoficcional" de Levrero. Es un librito finito, que arranca sin mayúscula, como a mí me gusta (como si fuera parte de otro discurso ya empezado antes, y con la misma importancia) y es todo el texto, hasta donde llevo leído, una gran oración. Me está encantando. Me da mucha ternura la voz narrativa. Ya les contaré, porque probablemente de algo de esto hable en los talleres presenciales que estamos imaginando para noviembre. Ups, ¿no tenía que decirlo todavía? Perdón, ya lo dije. Se me escapó.


Mayra       

¿Qué estoy leyendo en este momento?

Lo primero que quiero comentar es que luego de repetir en las últimas tres mesas de luz que andaba batallando con el seminario La lógica del fantasma, puedo celebrar que lo he terminado. Sí. ¡Aleluya! 

En lo que a placer refiere, Levrero ha ganado varios puestos en el ranking, me divierto releyendo El discurso vacío, y cada vez que vuelvo a sumergirme en ese texto me pregunto por qué no se me ocurrió a mí primero esa idea, ¡genial! Ocurrencia que le tira varias piolas al psicoanálisis, tomo una de esas puntas y la desenrollo preparando el taller acerca de Mario Levrero de noviembre. Desespero otras noches siguiéndolo en su novela El lugar. Ay Marito, hasta sueños me has provocado con tu deambular errante. 

Intento teorizar algunas cuestiones con Harari en Polifonías del arte, un regalo que recibí hace un tiempo y que hoy me abre las puertas de par en par. Lo entrañable de Mariel Alderete y una revista de la Sociedad de profesores de Español del Uruguay cuyo eje de trabajo es la representación del discurso ajeno, de Authier- Revuz.

Por último, en cada ratito libre leo guías de viaje, de dos ciudades de las que seré visitante en los próximos días, París y Praga. La tierra de Lacan y de Kundera, dos de mis maestros. Cuánta emoción. ¿Qué palabra existe además para definir la expectativa desmedida y desbordada?


  Elianna

Los meses del año han venido cargados de aconteceres distintos, nuevos, inesperados, intensos. Estas mismas percepciones se traducen en los variados materiales que he estado leyendo últimamente: cocina y nutrición, pedagogía social y literatura, propiamente dicha, son algunos de los temas.

Es imperioso aprender a aprovechar el hierro de los alimentos, así que he recibido donaciones de libros y revistas sobre cómo combinar inteligentemente los ingredientes para que el plato sea nutritivo, saludable y provechoso. También, y por las mismas razones que esta que acabo de contar, en mi mesa de luz pernocta hace días un clásico de la literatura obstétrica que me prestaron: El parto sin dolor, del Doctor Sacchi.

Para los momentos literarios, tengo una batería de libros que he ido leyendo de a poco: Solitario de amor, de Cristina Peri Rossi; Nick Carter, de Mario Levrero; La ley de la ferocidad, de Pablo Ramos. Para preparar mi artículo sobre La escritura, por ahora he decidido retomar La loca de la casa, de Rosa Montero, y también La ciencia de la escritura, de Armando Petrucci. Asimismo, leer La letra interrogada, de Patricia Leyack, que me prestó Mayra, ha sido un enorme placer.

Mi última adquisición es Intro, el libro de poemas de Fernando Cabrera. Una joya, para los que amamos sus letras.

También me gustaría agregar que hace pocos días recibí un nuevo ejemplar de la revista cultural El Boulevard, de distribución gratuita, que tiene algunas columnas, como La columna puntiaguda de Javier Zubillaga, con las que me divierto muchísimo. Es un ejemplar de distribución gratuita, ¡los invito a que lo conozcan! (www.elboulevard.com.uy)

Para estos últimos días he estado leyendo atentamente el último libro de Silvia Duschastzky y Diego Sztulwark, Imágenes de lo no escolar, y también algunas fotocopias de capítulos de libros y otras publicaciones suyas. Una manera innovadora y creativa de mirar la educación, de entender los problemas que se suceden en la escuela, de pensar la función de la educación formal en estos tiempos. Muy interesante, sobre todo después de haber tenido la posibilidad de conversar con la propia Silvia en el Aula donde trabajo, y discutir algunas prácticas educativas bien cotidianas y, asimismo, tan necesariamente discutibles, repensables.

Por último, pero para nada menos importante, después de haber terminado de corregir, junto con Mayra, la totalidad de su novela La orfandad de la araña, en estos días comencé con su último gran libro, del que no les doy más datos por ahora, así generamos un poco de suspenso…


12 de setiembre de 2012


Aquí las mesas de luz de julio, nuestras y vuestras.


Ustedes lectores       



Leyendo, lo que se dice leyendo nada, coqueteo antes del sueño con la Biografía de Susana Soca, a veces y solo a veces le doy una leidita a Faucoult .Juan el fiel de Grimm, algún cuento que otros de hadas y por siempre la amada bruja Berta o Winnie que siempre me pone de ben humor me acompañan fieles.
Mi amigo Andres quiso volver a rescatarme cuando comprendió que el Sueño del Celta no me motivaba x mas nobel que fuera y me ofreció su librería, casi agarro a Auster pero no, deje que me embaucara con Munro una canadiense primera edición al castellano pero sin efecto, seguiré estudiando Pedagogía social y otros de esa índole pero de leer lo que yo entiendo por leer nada.


Voy escribiendo a medida que leo, si no se me olvidan los comentarios.
Soy una lectora de blog inconstante, pero aquí estoy. No son tan buena lectora como ustedes, pero les robo ideas para futuras lecturas. Hace un tiempo alguien comentó de Pamuk y leí Nieve. Bien, no sé si escribe bien (no soy buena lectora y por lo tanto peor crítica), pero se deja leer a buen ritmo, entretenido, lo que para mí es suficiente :-) Ahora vi a Levrero, nunca leí nada, terrible ya sé, lo anoto como primero en mi lista de pendientes.
Ceci ¿el auto sigue en reparaciones? No conocía el origen de ómnibus, muy interesante. Cristina Peri Rossi no sé quien es ... ahora hago una investigación internética :-S
Últimamente he leído mucho de Carlos María Domínguez ¿les gusta? El último fue un regalo: Tres muescas en mi carabina. Me resulta interesante y también muy agradable de leer.
Es todo por hoy.
Saludos y nos leemos ;-)


ana, qué bueno tenerte por acá!! qué bueno!! Con Levrero vamos a hacer unos talleres, uno por semana, en noviembre. Hay dos Levreros: el de la literatura más "fantástica" (a él no le gustaba que se refirieran así a su literatura que para él era tan realista como cualquier cosa, porque las fantasías ¿acaso no son realidades para el que las vive?) y el más autobiográfico (aunque este término es problemático). A mí me gusta mucho más este último. Si querés, probá los dos. Te sugeriría alguno de sus libros de cuentos para el fantástico, como "Dejen todo en mis manos" o "La máquina de pensar en Gladys" y para el autobiográfico, tenés tres textos que en verdad son como uno: "Diario de un canalla" (este no se consigue acá), "El discurso vacío" y su novela póstuma "La novela luminosa". Yo empecé por este último y es genial. Resulta exasperantemente obse, por momentos, pero por otros da una ternura bárbara. Yo lo quiero a Levrero. Pero probá y ves. De Carlos María Domínguez leí solo "La casa de papel", que me había gustado, me acuerdo. De Pamuk no leí nada, es Mayra la conocedora. Capaz que ella te cuenta algo más.
Yo de Cristina Peri Rossi había trabajado algún poema, nomás, en facultad, pero Eli heredó de una amiga que perdió este año, un montón de textos de narrativa, y nos los prestó a las demás. Está muy buena su literatura. Es uruguaya pero vive en españa. Es muy buena.
Besos y nos seguimos leyendo, ta?


Hola Analía! Qué alegría saber que te llevaste la idea de leer a Pamuk de esta sección. A mí el libro de él que más me ha gustado es El libro Negro, una novela intensa a la que cuesta tomarle el pulso, pero una vez que se agarra esa ruta es generosa en acercar un universo con un estilo muy peculiar que despierta asociaciones interesantes. El verano pasado leí Tres muescas en mi carabina, y sí, me resultó amena, ágil. Ahora estoy redescubriendo a Kafka. Recién terminé La madriguera y veo la influencia de este hombre en muchos otros autores que leo. Gracias por tu comentario y mantenenos al tanto de tus lecturas que nosotras también vamos haciendo listas para el verano!!!


Elianna. Tu prima es Nutricionista. Cuando necesites, lo que necesites...a las órdenes. Un abrazo


¡¡¡Gracias, prima!!! ¡¡¡Qué lindo contar contigo también desde estos lugares!!! ela.

Esto es una escritura (no una pipa)

por Cecilia Fernández Costa


Pensando en estos días sobre qué aspecto de la escritura tomar para pensar aquí, terminaba siempre atorada. ¿Tomo la literatura como sinónimo de escritura  y entonces, por ejemplo,  me dispongo a sintetizar las reflexiones en torno a la problemática de definir qué es literatura y qué no lo es, mostrando por qué autores como Eagleton, de manera para mí convincente, sostienen que no es un verdadero objeto de estudio de una "ciencia de la literatura", pues no tiene características intrínsecas que lo puedan diferenciar de otros tipos de discurso?  (*)

¿O, por ejemplo,  me inclino por pensar la escritura en términos del sujeto que escribe porque todos escribimos (literal o metafóricamente) aunque no sea dejando marcas sobre un papel?  (Por supuesto, también podría elegir hablar de la textualidad, o de la recepción, o de cualquier otro aspecto vinculado a la literatura como discurso)

Pero si elijo esta opción, y me enfoco en el escritor, no puedo evitar meterme en un conflicto. La “ciencia de la literatura” comúnmente despreció los enfoques que denomina “psicologicistas” y ese desprecio llega hasta quienes nos formamos en esto a modo de una verdad incuestionable. O al menos, así me ha llegado a mí. Me pregunto por qué.  Tengo tan sólo algunas hipótesis, y varias entrevisiones y de ningún modo una posición. En principio, no veo por qué estudiar la relación de un escritor con sus producciones desde un punto de vista psicoanalítico no sea válido, como sí parece serlo enfocarse exclusivamente en el texto, o en la recepción. Y no porque importe el escritor en tanto sujeto, sino más bien como función. Por tanto, lo que intentaré en este artículo, será poner sobre la mesa algunas posiciones para dejar planteado el conflicto como a mí me llega y poder pensarlo. Y a lo mejor llegar a la misma conclusión (la no pertinencia de esos estudios), pero esta vez, como una verdad cuestionable, producto de una interrogación.

Es claro que psicoanalizar al escritor como si fuera una persona de carne y hueso que se desparrama en un diván, es un poco indefendible, por decir lo menos. 

Pero analizar la relación de un escritor y su escritura, el modo particular en el que pudo apropiarse del lenguaje por el que todos estamos atravesados, para hacerlo hablar a cuenta de su subjetividad,  pudiendo crear  y mostrar su singularidad y que en ese hecho resida el efecto en los lectores, ¿por qué habría de interesar sólo al psicoanálisis? ¿Por qué habría de desdeñarse desde una "ciencia" de la literatura, si afecta a la recepción, porque la forma en que llega un texto tiene que ver con lo que allí se puso en juego, a través del lenguaje? 

Si bien estoy en buena medida de acuerdo con Barthes en “La muerte del autor”:
“[...] la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaban por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe”. 
“[...] en cuanto un hecho pasa a ser relatado con fines intransitivos y no con la finalidad de actuar directamente sobre lo real, [...] se produce esa ruptura, la voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte, comienza la escritura”. 
¿Es “el lenguaje y no el autor el que habla”? Creo que ni una cosa ni la otra, sino ambas, y en todo caso depende (del autor y del texto).

En la interrogación acerca de la relación de un escritor con su escritura, está la mía (¿la de todo lector?). La de mi relación con mi escritura (pero no únicamente la literal), la de cómo hacer para enhebrar con palabras mi carne gozante y acercarme a una verdad sobre mi deseo y crear; y que sea un hacer, una performance, que me permita decir quién soy, y que de paso, en esa despersonalización que adquiero al escribir, en esa libertad, cuando no importan los datos precisos de mi biografía ni de la realidad "objetiva", otro (que “¿me?” lea) encuentre preguntas, espacios vacíos que lo cuestionen acerca de su deseo y lo prendan a mi texto, que aunque no siento que es del todo mío, también lo es. Todos somos escritores, o intento de escritores, aunque sea de nuestras propia novela de vida. 

Sin duda, estamos hechos de lengua, estamos armados por el Otro. Somos un concierto de voces otras, en las que tantas veces es difícil reconocer una como propia.  Pero algunas escrituras consiguen que quien las performa tome el toro por las guampas, y se apropie de esa lengua que lo habla, y consiga hablarla él, y crear algo nuevo y romper una esclavitud.

En “Sobre la lectura”, Barthes aporta esta linda idea, que no puedo evitar asociar con Borges:
“la lectura es buena conductora del Deseo de escribir [...]; no es que queramos escribir forzosamente como el autor cuya lectura nos complace; lo que deseamos es tan sólo el deseo de escribir que el escritor ha tenido, es más: deseamos el deseo que el autor ha tenido del lector mientras escribía, deseamos ese ámame que reside en toda escritura”. “…cada lectura vale por la escritura que engendra, y así hasta el infinito”. 
Me vuelvo a preguntar, entonces, por qué circula cierto desprecio por los enfoques que atienden cierta psicología del escritor en relación a su discurso. Es cierto que no interesarían mayormente los traumas vividos, los datos empíricos de su existencia vital, como si se fracturó una pierna de niño, o tuvo una relación conflictiva con su madre (pero ¿por qué sí importan hechos de su vida política o histórica que lo vinculan a la “realidad”?)... a menos  que de allí pueda extraerse alguna información acerca del efecto de la escritura en él, cómo la anudó a su carne, y cómo aparece una singularidad en sus textos, recibida por nosotros los lectores, que sin importarnos los datos precisos de su biografía, respiramos un sujeto deseante/gozante entre sus palabras, entremezclado con los personajes, en el puro discurso, que nos cuestiona, nos conmueve, nos hace identificarnos, bordea nuestras preguntas, a veces sin saber que las teníamos. En definitiva, algo que nos puede permitir pensar la relación de todo sujeto con el discurso, con la forma en que utiliza la textualidad, con la forma de esa textualidad, con los efectos que esa textualidad concreta produce en escritor, en lector, en sociedad.

Escribir y psicoanalizar: dos maneras de buscar.


por Mayra Nebril


La afirmación de Barthes, “La historia de un escritor es la historia de un tema y sus variaciones”, fue un nuevo comienzo para pensar los enlaces entre escritura y psicoanálisis, ya que enseguida de leer esa frase me pregunté, pero, ¿elige un escritor sus temas?
No lo creo, ¿no? Y no, como tampoco elige sus síntomas, ni sus sueños, ¿o sí?

A ver qué nos dicen algunos escritores acerca de por qué escriben, cuál es la motivación que los impulsa a escribir ficción:

Onetti: “¿Que si escribir ayuda a vivir?  Sí, sin duda.  Siempre he tenido la sensación de que escribiendo uno está agarrado a la cola de la vida.”

Auster: “Yo hago lo que hago por necesidad, guiado por el deseo, por un impulso que tiene que ver con mis obsesiones.”

Cortázar: “En todo cuento memorable hay una especie de desprendimiento catártico de parte del autor.” Y en otra entrevista dice que hay síntomas de los que se liberaba  escribiendo, por ejemplo el relato Circe lo cura de un asco que le impedía comer, confiesa también que se negaba a psicoanalizarse a pesar de gustar de la escritura de Freud, por temor a curarse y dejar entonces de escribir como lo hacía.

Felisberto Hernández en una carta a Superville dice: “Tal vez no pueda ser más un escritor, pues he encontrado la felicidad”. Y a su mujer le confiesa que no se quiere curar ya que es esa la fuente de sus creaciones.

Levrero: “La gente incluso suele decirme: “Ahí tiene un argumento para una de sus novelas”, como si yo anduviera a la pesca de argumentos para novelas y no a la pesca de mí mismo”.

Vargas Llosa: “Para mí, la vocación es como una adicción, no es sólo una profesión… Yo necesito escribir para funcionar.” “El qué escribe un novelista está visceralmente mezclado con el sobre qué: los demonios de su vida son los temas de su obra.”

Todo creador tiene una imagen del mundo que intenta transmitir, y transmite más allá de lo consciente. Lo cual no quiere decir que lo que está relatando sea autobiográfico, pero la manera de transmitir cómo huele el café o la sensación de erizarse al sentir frío, o de pensar en rojo, o de sentir pánico o de temer a los perros, será su manera de estar en el mundo, una forma única e intransferible.

El escribir en literatura tiene que ver con reconocerse en esa singularidad, habitar ese mundo subjetivo y permitirle al lector ser parte de él. El escritor gusta de su “locura” en tanto que manera peculiar de estar en la vida, en tanto que construcción de un mundo del cual lo escrito da cuenta, y es eso lo que nos dicen muchos escritores que desean preservar, ya que “curándose” dejarían de escribir de ese modo.

Pero el psicoanálisis como práctica, ¿no versa sobre lo mismo? ¿Acaso psicoanalizarse no tiene que ver con recuperar singularidad, peculiaridad, salir del rótulo diagnóstico, de las estandarizaciones, y cambiar la posición subjetiva? Justamente eso es lo que separa al psicoanálisis de las terapias que curan y llevan al paciente al camino de la norma. ¿De qué podría uno curarse en definitiva? ¿De ser uno mismo? ¡Cómo si ser uno mismo o saber lo que eso significa fuera sencillo!

Esa restauración de la singularidad de la que Lacan habla en el Seminario 24, ¿es homologable a la búsqueda y consolidación de un estilo por parte de un escritor? ¿De encontrar lo que le es más propio al sujeto?
Si bien los escritores dicen temerle a la “cura”, hay que pensar de qué tipo de cura están hablando y de qué se trata para el psicoanálisis.
Primero, encontrar el camino al sujeto del inconsciente pero aún ir más allá. Y por eso la desacomodación de sentido es algo que el psicoanalista busca, ya que a través de ese sinsentido es que se toca al sujeto en el goce en que está fijado. La interpretación estaría situada del lado de la poética, sería un pas de sens, paso de sentido, o sea un sinsentido para el Otro, y un paso de sentido para el sujeto, deja de estar absolutamente bajo el sentido del Otro, bajo el sentido que instituyó el Otro, y se inscribe un sentido que al sujeto lo representa.  Lacan habla del efecto de sentido en lo Real, hacerse un nombre, lograr una posición, un lugar diferente del que el Otro le otorgó.  Nos habla también de restar al Otro o extenuar al Otro en el fin de análisis, ir más allá de las formaciones del inconsciente, más allá de lo simbólico del inconsciente y hacer borde donde el inconsciente toca lo Real, lugar del que emerge la creación como posibilidad.
En el trabajo de análisis se sopla vida al lenguaje, se trabaja con lalengua, con  ese decir particular, esa locura particular de habitar las palabras que sostiene la singularidad a la hora de saborear las frutillas, observar el color amarillo, oler los jazmines en diciembre y emocionarse con una metáfora. ¿Escribirse?

Lacan, en ese maravilloso seminario, homologa el camino del arte y el camino de un análisis, utilizando la misma expresión para ambos casos: Saber hacer. Pero ¿saber hacer con qué? Saber hacer con el síntoma, dice, saber hacer con ese modo peculiar de estar en el mundo, saber hacer con uno mismo. Mientras que el inconsciente le viene del Otro, el síntoma es algo que el sujeto inventa. Es una creación del sujeto. Pero entonces, ¿se eligen los temas a escribir, se eligen los sueños, se eligen los síntomas? Aun no arriesgo una respuesta. Mas sí me atrevo a decir que aprender a hacer con eso, de eso se trata al final del análisis.
Por una parte, tenemos lo Real, y también las marcas que le vienen del Otro, y, así se constituye el sujeto, y así solemos decir que esas marcas son destino, pero a la vez hay algo a crear, a inventar, algo que hace a las maniobras posibles con lo dado, algo que solo ese sujeto puede hacer, algo del orden de lo único e impredecible, algo del orden de la creación y del invento. De eso trata nuestro oficio, de dirigir la cura hacia esos inventos, de presenciar el encuentro de lo único en el analizante, de las maniobras posibles para cada quien.  

En el Seminario 24, L’insu, Lacan se pregunta: “¿A qué se identifica uno al final de un análisis? Al inconsciente –no porque el inconsciente está en el Otro, portador de los significantes. ¿Sería identificarse entonces a su síntoma, synthome? El síntoma es lo que se conoce, incluso lo que se conoce mejor.  Saber hacer con el síntoma, ese el fin del análisis, saber desembrollarlo, saber en qué se está embrollado, saber hacer en él.”

Imagen: René Magritte - Esto no es una pipa



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