Escribir


por Paola Menta

Intranquilidad y sobresalto fueron las primeras palabras que acudieron a su mente cuando finalmente decidió levantarse. La noche había estado complicada.

Dos sueños y una gotera fueron la causa de su mal dormir y peor despertar casi dos horas antes de que el despertador hiciera sonar su alarma.

Camino del baño, registró que pese a tener los ojos abiertos, seguía padeciendo el influjo de las imágenes del sueño, sobre todo del primero. Deseó, al ritmo del cepillo de dientes, que las imágenes se disiparan y le permitieran, al menos, una jornada en paz, cosa que no ocurrió.  Estas retornaron mientras se peinaba y la interrumpieron el día entero. La ajenidad con la que se viven los sueños siempre le impresionaba, así que para acercar esos sueños un poquito, para apropiárselos, intentó establecer alguna relación entre ellos y la noche anterior.
Sin embargo, por más que buscó y rebuscó, nada revestía especial interés.

Pero eso era decir nada, la memoria es engañosa. Recordó que antes de apagar la luz, había terminado de leer las últimas páginas del Diario de un Canalla de Mario Levrero; “lectura sin particularidades”-se dijo- ; incluso más, por momentos el texto la aburrió, y el bendito Pajarito (personaje central del Diario) llegó a exasperarla. Recordó también cómo se había reído al pensar: ¡Marito querido!, ojalá te hubieras dedicado a la ornitología, porque entre las palomas de la Novela Luminosa y el Pajarito de Diario de un canalla… ¡ufa!
Sin embargo, sabía, reconocía (aunque por alguna razón le resultaba molesto admitirlo) que había soñado con un pájaro que, teniendo envuelta su cabeza en una bolsa de nylon blanco, caminaba enloquecido a lo largo de un muro interminable.

Mientras se dirigía hacia la cocina trató de evitar el recuerdo del sueño: ¿por qué se torna tan molesto a veces, aceptar que ese libro que leímos y que enfáticamente reprobamos y hasta creímos insignificante, nos provoca un sueño? –Se preguntó, no sin cierta turbación. Es casi como si el libro se burlara de nosotros, atinó a pensar antes de que el timbre del microondas la devolviera al mundo en el que se preparaba el desayuno.
Con los primeros movimientos circulares de la cuchara dentro de la taza de café con leche, se sintió cansada y, de no suceder algún milagro, el mal humor terminaría por arruinarle el día.

Con la taza en la mano, se deslizó hacia el jardín. Bebió en silencio mientras contemplaba los signos de la incipiente primavera en el rosal y la madreselva. Sin embargo, no se alegró. La desazón y el desgano comenzaban a mezclarse con cierto dolor, de allí a sentir que la vida resultaba una verdadera estafa era cuestión de un par de minutos, conocía ese camino de memoria y el maldito sueño lo había dejado habilitado otra vez, una vez más. Apuró el café con leche y entró. Sintió ganas de escribir, de acometer el teclado de la laptop que se encontraba arriba de la mesa de la cocina donde la había dejado la noche anterior, después de haber chequeado mails. Era extraño volver a sentir ganas de escribir, hacía mucho tiempo que no le pasaba.

Escribir le permitía delinear los sucesos cotidianos, enmarcarlos. Y así, al ser recortados por las palabras, era posible abrir una ventana. Y al revés, al mirar por esa ventana las palabras daban espesor a los hechos que así se despegaban del plano. Era como montar una carpa de circo. Hombres y elefantes (le gustaba imaginar) jalan al mismo tiempo de los tirantes de la carpa; la carpa comienza a elevarse, tambaleante, embolsada por el viento hasta que logra erigirse. De ese montón de tela informe tendida en el suelo, de ese enredo de tela y cuerdas, contando con la tensión necesaria se logra armar algo habitable. Esa era exactamente la sensación que le llegaba cada vez que se sentaba a escribir, encontrar cierta habitación. Y también era esa sensación la que la mantenía sentada frente al teclado, pese a los momentos de desesperación.

Trabajaba lentamente, el ritmo de la frase la obsesionaba y se le resistía. No le interesaba que la frase corriera, se deslizara y consumiera palabras y más palabras, sino más bien que cada palabra pudiera hacer sus señas a quien en ella su mirada detuviera, y así desplegar su poder.

Las palabras son seres curiosos, se deslizan sobre y entre las cosas, reptan, rebotan, se agolpan todas en un rincón algunas veces y otras se dejan ver ordenadas, limpias y peinadas en los diccionarios, pero, ¿por qué están en todos lados menos cuando más se las necesita? Son caprichosas, vanidosas, exigen paciencia y trabajo para volverse consistentes, para que ganen peso y adherencia.

El ritmo ágil y sostenido de los dedos en el teclado de pronto cesó, la interrumpió un pensamiento de esos que aterrizan mientras se está escribiendo, y que sólo por eso llegan: ¿en qué momento algo se vuelve escribible?; notó la vaguedad del pensamiento, pero no lo descartó, más bien lo intentó precisar: ¿en qué circunstancias algo se vuelve –para mí– escribible?... Se permitió medio giro más: ¿cómo?, ¿debido a qué se produce el recorte que hace que algo se vuelva –para mí– escribible?

El sol estallaba ya en el ventanal de la cocina, habían transcurrido tres horas desde que hubo aceptado el riesgo de sentarse a escribir, tenía que irse a trabajar. Volvió a centrar su atención en la pantalla y en los pocos minutos que le restaban antes de vestirse para salir a la calle (había decidido ponerse lo mismo que el día anterior, con lo cual ganaba unos cuantos minutos) tomó coraje, juntó aire y leyó, en voz alta, lo que había logrado atrapar esa mañana.

Siempre le resultaba extraño escucharse leer, pero más extraño le resultaba imaginarse cómo sonarían esas mismas palabras lanzadas al aire a través de la voz de otros lectores, ¿con qué ritmo, con qué entonación leería cada quien aquel puñado de frases? y ¿qué sentido tenía hacerse esa pregunta, si ella ya no estaría allí para escucharlo?, el ruido de la impresora silenció las preguntas, tomó las hojas de la bandeja las plegó y las colocó dentro de la agenda que a su vez colocó dentro de la cartera marrón, ¡no fuera a ser que se escaparan!, aún no estaba lista para dejarlas ir.


Imagen:  Remix CC de Mike Licht sobre el Vermeer "Mujer escribiendo una carta y criada".

12 comentarios:

  1. Nuestros sueños nos son ajenos y en cambio la lectura de otro nos constituye, leemos y nos apropiamos tanto de eso que termina siendo ¿nuestro? Supongo que sí, si hasta nos hace escribir algo nuestro, proceso en el cual nos permitimos cazar pensamientos ¿ajenos? Leemos con voz ¿imaginaria, decías tú? a ese a quien no conocemos y con voz ¿propia? nuestros propios escritos. Interesantes preguntas las de su artículo, Menta. Sigo el blog desde París y quería felicitarlas por el emprendimiento! Saludos. Simone

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    1. Te agradezco Simone, tu atenta y aguda lectura.
      Tus preguntas tocan la urticante cuestión de los límites del yo y todo el imaginario que se ha construido en torno a eso.
      También me traen otra pregunta: ¿quién escribe?.
      Creo sinceramente que en la "ajenidad", "extrañeza" o sobresalto que algunas cosas (lecturas, sueños, escritura, conversaciones...) a veces nos provocan están las claves para abrir otras perspectivas para hacer surgir nuevas preguntas. Y todo ese movimiento está lejos de poderse abarcar en las categorías del "me gusta" o "no me gusta".
      Gracias nuevamente y bienvenida!
      Paola.

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  2. me encanta!!!!!!!!!!!!!!!, el rodete jejeejejej

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  3. La ocasión lo amerita!

    Gracias por la lectura
    Paola.

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  4. Impecable retrato de la atroz sensación que deja la pesadilla!!!

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  5. La pesadilla es un acontecimiento imponente, y valga la palabra, que se nos impone, y así nos conmina a asumir lo poco dueños que somos en nuestra propia casa. Hay un librito de Ernest Jones que se llama La pesadilla, que hace un recorrido histórico (por decirlo de alguna manera)de cómo se ha ido abordando la pesadilla, me gustó mucho cómo se la relacionaba con la visita del diablo, la relación de la pesadilla y el demonio...
    Gracias Ad por tu lectura!
    Paola.

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  6. Yo diría el impecable retrato de la atroz sensación que deja la aventura de la escritura, esa interminable lucha de ritmos, cadencia justa, vértigo de la palabra a tiempo, sostenida por algo tan enigmático como es el deseo de hacerlo. Escribir, lucha interminable contra la muerte, parentesco de la escritura con la muerte-dice Foucault en ¿qué es un autor? epopeya griega que inmortaliza al héroe o relato arabe que tiene como pretexto no morir, "pienso en Las mil y una noches -sigue Foucault- el relato de Sheherezade es el esfuerzo de mantener a la muerte fuera del círculo de la existencia" entonces, por qué no?! tensar la cuerda,desplegar la tela, hacer de la voluptuosa sensación de escribir una habitación (in)cómoda pa mantener al menos por tres horas, el infame asunto alejado.
    Adrián

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  7. Qué gusto recibirlo!
    Su comentario me trajo a la memoria una escena de la película "El séptimo sello" de Igmar Bergman, esa partida de ajedrez jugada con la muerte, cuyo resultado se sabe de antemano, pero se juega igual.
    También está la versión de Woody Allen en la "Ultima noche de Boris Grushenko" cuando el protagonista vé por la ventana a su amigo a quien se lleva la muerte, lo saluda efusivamente y le grita: "si puedes, escribe!"
    Un gran abrazo
    Paola

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  8. Atrayente e incluso diría autoreflexivo sobre lo que en varias ocasiones he sentido...Gracias por el relato, me identifico con él y ha sido un placer leerlo.

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  9. Qué grato encontrarte en este nuestro territorio!
    Es un gusto saber que estás leyéndonos.
    Un gran abrazo
    Paola

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    1. El gusto es mio...es un placer ver palabras encadenadas con tanta estética y serenidad.
      Un abrazo


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    2. suscribo lo que dice marta: con estética y con tranquilidad.
      afectuosos saludos,
      virginia lobo

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