por Paola Menta
Estás
acá para creerme, es el nombre del libro en
el que María Esther Gilio relata/transcribe/escribe (¡qué difícil
elegir el verbo para esta acción tan particular!) sus entrevistas
con Juan Carlos Onetti, a quien entrevistó a lo largo de treinta
años en diferentes oportunidades. La particular amistad que los
enlaza y que está allí latiendo en cada diálogo permite preguntas
irreverentes, incisivas; respuestas sarcásticas, brillantes, agudas,
cruelmente precisas. Los dos contrincantes se sostienen con agilidad
y destreza en un duelo de palabras e inteligencia en el que, quien
lee, vive en cuerpo y alma. En algunos momentos del libro la
carcajada celebra -casi como un aplauso de pie- el acicateo de una
pregunta que, sin miedo, toca el punto justo y obliga al pensamiento,
fuerza a la imaginación o da paso a la picardía del entrevistado;
en otros la tristeza se adhiere al cuerpo como una fina malla y allí
el alma se retuerce entre la desesperanza, el sinsentido y el amor a
la vida.
Entre esos
diálogos encontré estos pasajes conmovedores, y con ellos logré
apalabrar una sensación que desde Para una
tumba sin nombre, primer libro que leí de
Onetti, me sucedió siempre ante sus letras. Él no crea un mundo
imaginario para evadirse de la realidad, como creo interpreta Vargas
Llosa en El viaje a la ficción:
Onetti vive en él, no hay sustitución, no hay evasión, eso es.
María Esther: -Dolly me contó que usted estaba
absolutamente destrozado por la muerte de Julita, aquel personaje de
Juntacadáveres.
Onetti: -Ella se suicidó y yo no pude impedirlo.
-No quiso.
-Quise pero no pude. ¿Sabe que un día Balzac encontró
a un amigo en la calle y lo abrazó llorando desconsolado? Había
muerto un personaje de la novela que él escribía. Ya ve, él
tampoco había podido salvarlo, y lloraba.
María Esther: -Bueno, yo creo que usted se niega al
mundo. Y su literatura es un reflejo muy claro de su forma de
vida..., sus personajes moviéndose en un mundo distorsionado.
Onetti: -Primero tendría que preguntarle por qué cree
que “su realidad” es “la realidad”. Mis personajes están
desconectados de la realidad de usted, no de la realidad de ellos. En
cuanto al mundo distorsionado…, coincido. Pero o uno distorsiona el
mundo para poder expresarse o hace periodismo, reportajes…, malas
novelas fotográficas.
-En cuanto a su propia relación con el mundo…
-Usted dice que no estoy inmerso en él, que me niego
aceptarlo.
-Sí y digo también que para construir su literatura
no mira al exterior sino al mundo que tiene en sus entrañas. Se
desentiende de la historia.
-El mundo que tengo en mis entrañas… La frase es
novedosa y tiene fuerza. Pero ese mundo que yo tengo en mis entrañas,
mi querida señora, es una consecuencia de lo que usted llama el
mundo exterior, un mundo en el que estoy inserto y acepto. Me reservo
el derecho de criticarlo y lo hago en el estilo indirecto y escéptico
que usted me conoce.
-¿Verdaderamente usted cree que acepta el mundo
exterior? Yo le daría mil ejemplos de que no es así.
-Esto me recuerda la definición de un famoso pintor
francés: “El artista debe actuar frente a la realidad como actúa
el amante frente a la mujer: la ama pero no la respeta”. ¿Hablamos
de otra cosa?
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