Por Mayra Nebril
"El amor es una historia que una construye en su mente, consciente todo el tiempo de que no es verdad, y por eso pone cuidado en no destruir la ilusión."
Mrs Dalloway – Virginia Woolf
Mrs. Dalloway esperaba junto al álamo a que se hicieran las cinco en punto para presionar por primera vez el timbre del Licenciado Lapsus Linguae. Notó que la pintura del portón estaba comenzando a ampollarse, y pensó que tal vez fuera una mala señal, pero fue consciente también del colchón sonoro de hojas sobre la vereda y de la poesía que aquello encerraba. Recordó que su única amiga en el país, se había encargado en subrayar que el Licenciado era un hombre que cuidaba las formas y que a primer golpe de vista se parecía a Freud. Al entrar le agradó la biblioteca de roble que desde el piso al techo tapizaba una de las paredes del consultorio, divisó ejemplares en inglés de Shakespeare y Wilde. También reparó gustosa en la alfombra persa sobre la que descansaban los sillones, y la vista al patio con una glicina enredada a los barrotes de la reja.
-¿Sabía usted que Freud visitó a Virginia Woolf y le llevó de regalo una flor de Narciso?- preguntó Mrs Dalloway al Licenciado en el vano de la puerta.
Lapsus le extendió la mano, sonrió sobriamente y la invitó a sentarse. "¡Qué manera de presentarse la Señora! Aunque se esforzara no podría decirme más."
- Dígame, Mrs. Dalloway, ¿qué la trae a mi consultorio?
- Licenciado, su país no es sencillo para mí, y mucho menos lo es hacer una consulta psicológica en él.
El silencio de Lapsus la invitó a proseguir, o al menos la confundió lo suficiente, como para que reanudara el diálogo.
- Ustedes son...
- ¿A quiénes se refiere, señora?- ¿Podría llamarme Mrs? Sé que es lo mismo, pero prefiero que me llame Mrs. Dalloway. Cuando digo ustedes, el ustedes responde a los uruguayos. Ustedes no tienen adquirido el código de etiqueta, y vivir aquí es desconcertante para un extranjero.
- ¿Qué le sucede en concreto? ¿Con cuáles uruguayos en particular tuvo problemas, Miss?
- Mrs... Le explico, por ejemplo lo que acaba de suceder entre usted y yo, esa necesidad suya de ir al punto, de preguntar con ansiedad todo lo que quiere saber. Cada persona dice lo que considera pertinente y tendría que ser suficiente. No es de buen gusto hacer interrogatorios. Qué hace tu madre, cuánto sale un litro de leche y un pan flauta allá. Inauditas las preguntas, e interminable la lista.
- Dígame, entonces a su manera, Mrs. ¿qué es lo que le sucede?
- Ya se lo he dicho, Licenciado.
- Sea más explicita entonces, tenemos poco tiempo y no llega a decir aunque diga que dice.
- Las manifestaciones de afecto son groseras. Besos con labios húmedos. Abrazos. Toqueteos. Me han llegado a despeinar el moño, para hacerme saber que se alegran de que haya asistido a un evento insignificante. Clarissa es mi nombre, varios son los que me dicen Clari, Claru, Clacla, hasta Doña me han llamado.
- De todas formas, supongo que hay algo bastante más importante que la trae aquí conmigo.
- Supone bien, Licenciado. Tiene usted razón. Pero es algo vergonzoso, un episodio que hace sombra a mi existencia y me atormenta. Aun no lo he podido decir, a nadie, solo lo saben quienes estaban allí, entre ellos mi pobre Richard, cuánta vergüenza ha pasado por mi culpa. Oh licenciado, es tan grande mi desdicha.
- Cuente con mi confidencialidad y hable de eso.
- Mi marido, Richard, invitó a nuestro embajador y su mujer, a cenar a casa. Gente culta, exquisita, inglesa. Treinta días me llevó la preparación del evento. Mantelería de broderie, cubiertos de plata labrada, copas de cristal de Bavaria, floreros con orquídeas, y velas aromáticas encendidas. Tchaikovski, para la llegada, John Coltrane para la sobremesa. Richard, la casa y yo, éramos extremidades de un cuerpo grácil, que fluía como el agua de un arroyo en una tarde de verano.
- ¿Y qué sucedió misis? – esta mujer impacienta a un anglosajón muerto, pensó el licenciado con el ceño fruncido. El relato requiere de cierto ritmo. Ya llegaremos al punto Linguae. Si usted viera como logramos mantener el hilo del diálogo, siempre en su justa tensión, un baile en el que fuimos expertos.
Lapsus Linguae observó el reloj sobre el escritorio; Clarissa advirtió que sólo quedaban cinco minutos de sesión.
- Y entonces ocurrió la tragedia. Se lo contaré sin más rodeos. Una tragedia que me mató en vida, que me tiene recluida desde hace mes y medio… Comíamos brownies con helado de vainilla escuchando "It´s a wonderfull world" en el deck junto a la piscina. Richard sonreía y sus dientes blancos parecían multiplicados con la luna llena. Los invitados nos halagaban.
Gustaba Clarissa Dalloway de los silencios melodramáticos, no así el Licenciado que exhaló un sonoro suspiro.
- …
- En medio del paraíso, se me escapó un gas. Sí, una flatulencia estruendosa en medio de aquella bella y calma noche. Mis compatriotas cruzaron miradas entre ellos y luego se dirigieron al pobre Richard, cuyos ojos flotaban en el agua sin salvavidas. La nube de olor nos envolvió. Hediondo. Ácido. Los cuatro invitados continuaban comiendo el dulce chocolate con el gesto asqueado. El silencio fue de acero y la despedida glacial. No volvieron a mirarme, ni a hablarme. Ha fallecido mi vida social. … Sólo me quedan los asados en mesa de caballete, repasador, y mayonesa de a kilo. Las discusiones a los gritos cada vez que se dice Natalia Oreiro, Forlán, o inseguridad social. Y los eructos son algo que hasta puede celebrarse.
- ¿Y en qué podría ayudarla este uruguayo, señora?
- La semana pasada Richard me invitó al tablado. Me compró un choripán con pickles, y en la segunda pausa, mientras se cantaban los números del Bingo, me dijo que se quedaba, aquí, cinco años más. ... Quiero adaptarme. Tengo miedo, Licenciado. Terror de perderlo todo.
Cuando el Licenciado se despidió de Clarissa, sintió ganas de ayudarla por primera vez en la hora que llevaba de conocerla. "Para la semana próxima compraré yo mismo los narcisos que colocaré en el florero para esperarla"
Genial licenciado. Jaja!. Si será cierto, cuan difícil resultan algunos rodeos, es un gran aprendizaje sobrellevarlos. Sdos. Ana Inés Crosa
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