Licenciado Lapsus Linguae: Susanita al diván


 Mayra Nebril

"Los pobres son pobres porque quieren. ¿No te das cuenta de que si encima de ser pobres, invierten en artículos de mala calidad, siempre van a ser pobres?" Susanita - Quino

Susanita se resistió a consultar con el Licenciado Lapsus Linguae durante muchos meses con argumentos clásicos: Yo puedo sola, No voy a hablar intimidades con un extraño, Es triste tener que pagarle a alguien para que te escuche, y Todos los psicólogos están locos.  Pero se decidió, cuando percibió que sus amigas tendían a esquivarla y que su madre no siempre le atendía el teléfono, lo cual la puso también a llorar hasta la deshidratación.  
Estaba tan llena de prejuicios, que cuando se abrió la puerta, alcanzó con que la estampa del Licenciado fuera humanamente armoniosa para que cambiara de idea, y sintiera agrado por el consultorio, la pipa, y el hombre. 

-        Hola, Licenciado.  Es un gusto conocerlo. – dijo parpadeando y sonriendo ampliamente.
-        Hola, Susana. – respondió el licenciado, que a pesar de que no se ganó un 0 km, reparó en que esta mujer se parecía a la otra, su pelo, su vestimenta, su maquillaje.
-        Ya lo sé – acotó ella adivinando el pensamiento de Lapsus – A todos les pasa.- y meneó la cabeza susurrando SSSHHHOOOCK.

“Esta mujer sabe dar espectáculos”, pensó el Licenciado “Será difícil dejarla saber quién es.”

-        Estoy muuuy angustiada, Licenciado, sino jamás estaría aquí con usted.  El mundo es un lugar injusto, usted ya lo sabe, ¿verdad?  El mundo es un agujero infecto – la mujer sonrió –... estoy aprendiendo palabras nuevas que me asaltan de repente.

El licenciado supo que hablaría poco en aquella entrevista, se arrellanó en la suave gamuza del sillón para continuar escuchando.

-        Resulta que recién a esta altura de mi vida vengo a descubrir qué horrible sitio es el universo.  Estoy que reviento de desolación e incredulidad.  ¿Y qué sentido tiene aprenderlo ahora? – frente al silencio atento de su espectador, continuó - ¡Ninguno! Pero ya no hay vuelta atrás.
-        ¿De qué no hay vuelta atrás, Susana? – agregó el Licenciado para sacudirse el pasmo de liebre encandilada que la mujer ocasionaba, pero parecía un guión, y su pregunta formaba parte del libreto.
-        Me divorcié hace dos años y mi vida cambió. Mis hijos son grandes, están encaminados. Mi situación económica es estable. Pero empecé a cuestionarme qué hacer de aquí en más. La gimnasia y las damas violetas no alcanzaban. Decidí, entonces, estudiar para ayudar a los carenciados.  Comencé la carrera de educadora social - la mujer cruzó las piernas, se acomodó el escote, y esperó la reacción de su interlocutor frente a esa exhibición; nada, ni siquiera un parpadeo, Lapsus sabe lo que hace - Mis compañeras eran tan desaliñadas, tan poco femeninas. Entonces surgió la posibilidad de hacer una pasantía en el I.N.A.U.  Tomé el desafío.  Pero fui a dar al lugar más espantoso que pueda imaginarse.

Se hizo un silencio.  Ella esperaba una intervención del Licenciado, quería estar segura de que él había mordido el anzuelo; que al menos su discurso era la tanza que tironeaba de su interés.

- Hice una crisis nerviosa hace un mes y no sé si le hará bien a mi salud mental regresar a ese antro. Quiero decidirlo hoy con usted.
- ¿Al I.N.A.U? - Susanita asintió- ¿Qué fue lo que le sucedió en esa pasantía?

- Una tarde me dije si estoy acá es porque tengo una misión que cumplir. Entonces junté a cuatro muchachas, internas privadas de libertad, y en el comedor les propuse realizar una actividad distendida.  Primero les enseñé algunas palabras en inglés, colores, animales, y tuve que acceder a traducir un par de malas palabras.  Ellas son así, Licenciado, tuve que negociar. ¡Eso las divertía! Después, cuando la atención decayó, les propuse hablar de cómo se vestían para una cita.  ¡Ay Licenciado no se imagina lo mal encaminadas que estaban esas adolescentes!  Analfabetas de la moda.  Me interrumpieron con los insultos que yo misma les había enseñado, pero uno debe ser comprensivo ¿no? Decidí entonces darles una clase de maquillaje. Me acerqué demasiado. Me agarraron entre las cuatro. Me desvistieron y me pusieron ropa de ellas. Un asco. Me imitaban y se carcajeaban. Les prometí regalarles ropa buena. Mía. Peor. Nada les alcanzaba. Luego la más grosera me maquilló, era tan desagradable su aliento que le pregunté si tenía gastritis. La catarata de insultos parecía interminable. Después me robaron la cartera y se fugaron.  Usaron mis tacos aguja como arma para amedrentar a los demás funcionarios.  Encima mis compañeros de trabajo, que nunca me aguantaron, me iniciaron en ese mismo momento un sumario. “Te dijimos que no podías tener tu cartera, y que tenías que venir con vestimenta cómoda”  Hice una crisis nerviosa y el psiquiatra me indicó licencia. 
- ¿Y entonces porqué volvería?
- Le explico, Lapsus, el asunto es que yo creía en el marido, los hijos, el perro y la estufa a leña. Y los tuve. Pero eran imágenes de cartón, ajenas, no sentía nada. ¿Entiende? Yo viví para recrear escenas de películas. Vi la Familia Ingalls y le pedí a mi marido una chacra marítima en José Ignacio. Los primeros dos meses hice dulces y conservas (por supuesto que con ayuda, obvio!!!) pero no fui feliz, ni cuando reía. ¿Me sigue? Después vi Ghost, me compré el torno y usaba la camisa de mi marido con bombachas igualitas a las que usó Demi Moore, pero ni cerca en sentimiento y tampoco aprendía a hacer cerámica; podría seguir y seguir, ¿comprende? Ahora mismo, con usted, estoy en un thriller con mi psicoanalista esperando el desenlace de la escena.  Por eso cuando me divorcié dije “Susanita, ahora sí, el mundo real”.  Y en el INAU la realidad está, existe, y eso en algún punto me es necesario. Pero tengo terror de volver.

“Burdo – pensó Lapsus – y ridículamente tierno.”

- En principio vamos a tener que ampliar su gama de filmes, ¿le parece?, para que acceda al menos artificialmente a otra gama de afectos. Podría probar con González Iñarritu, Quentin Tarantino o los hermanos Coen, incluso anímese a Almodóvar. La veo la semana próxima y me cuenta. – dijo el Licenciado poniéndose de pie antes de que la mujer pudiera anticiparlo.  

Susanita sonrió, le gustaba que su psicoanalista estuviera decidido a salirse del guión. 
Eran buenas las películas de final abierto, pensó, por fortuna en su videoclub las cuponeras anuales estaban de oferta.

2 comentarios:

  1. Jua!! Genial. Susanita divorcidada como imagen es muy buena

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  2. Licenciado: admiro su paciencia y su arte para analizar a Susanita. Aunque se de su amplia experiencia y su rigurosa formación, le asigno poca chance en la eficacia de este tratamiento.Pero en fin...que Dios lo ayude en tarea tan ingrata.

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