Paola Menta
El otoño ha llegado ¡por fin! y con él, el aumento de la pila de libros en la mesa de luz. De entre los “apilados”, los primeros que estimularon mi curiosidad fueron: el primer tomo de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust y El señor de las moscas de William Golding.
Con Proust había avanzado unas cuantas páginas en las que casi estaba decidida a abandonarlo cuando, en la página sesenta y uno sucedió el milagro. Lo que allí leí renovó ¡y cuánto! mi predilección por los clásicos. Confieso que he vuelto a leer ese pasaje al menos cuatro o cinco veces y no he podido avanzar más, aún. Con libros de esa textura, sensibilidad y precisión prefiero leer párrafo a párrafo lentamente, sin apuro, con la tranquilidad que sólo se consigue al comprender que no hay a donde llegar.
Con Golding todavía no me he encontrado, no sé si no lo he encontrado a él o él no ha logrado encontrarme a mí, ¡pero cuarenta páginas no son nada! más bien un par de líneas leídas en la noche, con los ojos medio cansados y ya con ganas de dormir, así que le daré más tiempo; tiene a su favor mi profundo aprecio y admiración por la literatura inglesa.
En otra clave y en otro ritmo me ha sumido la lectura de La dirección de actores en cine de Alberto Miralles. A través del complejo trabajo del actor de cine, el libro me puso a pensar en temas fundamentales para el psicoanálisis, además de reírme con algunas anécdotas de backstage que Miralles toma de los libros de memorias de actores y actrices como Katherine Hepburn, Marlene Dietrich, Michael Caine, Kirk Douglas y Mia Farrow, entre otros.
“Transformarse es ser otro, vestir como otro, moverse como otro, hablar como otro, pensar como otro y sentir como otro" dice Miralles en la Introducción.
¿Cómo es eso posible? ¿Mediante qué mecanismos (qué palabra fea!....probemos allí otra…) procesos alguien es capaz de pensar (es decir, habitar una lógica en función de la cual se estructuran, justifican y fundamentan los actos y pensamientos de alguien) y sentir como otro?
Pienso por ejemplo, en Glenn Close en Atracción Fatal o en Cate Blanchet en BlueJasmine o Meryl Streep en La decisión de Sophie o Nicole Kidman en Las Horas… ¿Cómo es posible que alguien sea capaz de encarnar esos sentimientos al grito de “Acción” y volver de ellos?
“Pagamos –dice Miralles- una entrada para ver los celos de Otelo, los amores desgraciados de Romeo y Julieta, o las bravuconadas de Don Juan Tenorio. Pagamos por ver el esfuerzo de los actores por convencernos de que son esos personajes”.
Pero entonces ¿de qué están hechos los sentimientos?, ¿cómo se construyen?, ¿por qué el actor es capaz de discriminar diversos sentimientos y ponerlos en acción en la situación que corresponda y con la intensidad adecuada?, ¿de qué está hecho su arte?
Por otra parte, ¿por qué necesitamos ver/poner en escena esos sentimientos?, ¿por qué necesitamos, y pagamos por eso, que alguien realice para nosotros ese esfuerzo de transformación que Miralles define como “violencia psíquica voluntariamente deseada”?
Otra pregunta se desprende de la anterior: ¿hasta dónde es posible llevar adelante una transformación del actor sin riesgos? ¿Cómo pensar en el caso de la transformación la relación entre ficción y realidad?
Sin duda, habrá interpretaciones que no serán sin consecuencias para el actor, habrá interpretaciones que no serán sin marca: “Sean Connery llegó a firmar, inconcientemente, autógrafos con el nombre de James Bond. Bela Lugosi, el paradigmático intérprete de Drácula (1931), de Tod Browning, dormía en un ataúd. Johnny Weissmuller, ya en el umbral de la muerte, gritaba como Tarzán. Daniel Day-Lewis fue internado en un psiquiátrico tras perder la cordura en plena actuación de Hamlet”.
En fin…las preguntas ¡bullen! y las lecturas empiezan a relacionarse unas con otras.
Recuerdo, mientras escribo, que en el libro Cuando los que escuchan hablan de María Esther Gilio, Lito Benvenutti plantea, en el caso del autismo, la falta de capacidad de ser otro. Me figuro esa frase como estar preso dentro del ser, algo así como ser siendo siempre, por siempre solo ser.
Entonces, mientras el trabajo del actor me sume en la ambiente del otro, de los otros, de la observación del otro, del intento imposible de comprenderlo, de pescarlo en su lógica, de intentar saber cómo sufre, cómo ríe, cómo enfurece, cómo ama, cómo desea y qué, la apreciación de Benvenutti me sume en el mayor de los silencios, ese en el que nada ni nadie hace señas.
El trabajo del actor, el trabajo del director de actores, la relación entre el director y el actor, me permiten iluminar zonas que hacen también a la clínica psicoanalítica.
Para continuar con esta pequeña investigación llegó a mi mesa de luz hace pocos días Meryl Streep. El libro es de Phaidón y pertenece a la colección Cahiers du Cinema, Anatomy of an actor, la autora es Karina Longworth… ¡great expectations!
Libros citados:
Proust Marcel, En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann. Edit.: Alianza, 2009.
Golding, William, El señor de las moscas. Edit.: Planeta DeAgostini, 2003.
Miralles, Alberto, La dirección de actores en cine. Edit.: Cátedra, 2000.
Gilio, María Esther, Cuando los que escuchan hablan. Edit.: Libros del Zorzal, 2010.
Longworth, Karina, Meryl Streep. Edit.: Phaidón, 2013.
Fotografía: Annie Leibovitz para Vanity Fair; retrato de Meryl Streep y Patrick Shanley.
http://www.vanityfair.com/culture/features/2009/03/actors-directors-portfolio200903_slideshow_item10_11