Las conversadoras


por Paola Menta

«Watch your thoughts, for they become words.
Watch your words, for they become actions.
Watch your actions, for they become habits.
Watch your habits, for they become your character.
And watch your character, for it becomes your destiny.
What we think, we become.»
The Iron Lady.


Es miércoles. Son las 14:00 hs de una tarde de invierno. La lluvia, arremete contra el ventanal impulsada por un viento que anula toda esperanza de cobijo bajo el paraguas. Dentro, la lámpara de pie dibuja un círculo de luz, que destaca los sillones y la pequeña mesa sobre la que humea el mate.

Suena el timbre, luego los pasos rápidos en la escalera. El ruido de la llave al girar en la cerradura es el último obstáculo. Se abre la puerta y las conversadoras se encuentran, como todos los miércoles desde hace un año. 

El parloteo sobre cuestiones cotidianas, más bien domésticas, se agota, mientras recorren el corto pasillo que une la sala de estar con la sala de conversar.
Al cerrarse la puerta de la sala de conversar —en la que permanecerán durante una hora y media— se abre otra dimensión. De pronto esa habitación se instala en otro lugar, se habita allí otro tiempo. 

Las conversadoras saben que para invocar la conversación hay temas que deben abandonar. El psicoanálisis las mueve a conversar. Están tocadas por él.  

Comienzan a hablar, la incertidumbre es grande. La conversación arranca despacio como si una mano con una pequeña linterna fuera iluminando diferentes espacios, diferentes rincones. La luz recorre, deja ver, muestra… Dónde decidirán detenerse, nadie lo sabe; ellas tampoco. 
Dónde la mano que mueve la linterna se detendrá, dependerá únicamente de las pulsaciones que la conversación produzca al  recortar e investigar una zona. 

Las ocurrencias comienzan a surgir y así el pensamiento se suelta, se aligera. Las conversadoras viven, así, el primer momento de emoción al experimentar que eso se mueve, se sacude, aletea, pide vías de expresión. No hay mejor señal de que la conversación prospera que sentir a los pensamientos revolverse en eso que por comodidad llamamos mente.  Revoltijo que también se expresa en el estómago. ¡Hay conexión entre el pensamiento y el estómago! 
Con los primeros aleteos, la conversación adquiere ritmo y exige a las conversadoras tensar, agudizar, precisar las palabras, acorralar las preguntas. La agitación de este momento es proporcional al intento de perseguir con lalengua, eso que sienten armarse allí y que a su vez pierden al hablar. Por eso se las ve revolverse en los sillones, gesticular exageradamente entre silencios y carcajadas.

La ansiedad da paso al vértigo, porque pensamiento y palabra pertenecen a órdenes distintos, lalengua exige estructuras determinadas, las palabras se vuelven torpes, y entonces farfullan, tartamudean, cloquean desesperadas, sin otro remedio que asumir de un golpe que todo no se puede decir; que necesariamente algo hay que perder, para relanzar la conversación y no morir atragantadas.

Pasado el vértigo, la conversación era ya un acontecimiento de pleno derecho. Igual que cuando encima de la bicicleta fija se logran atravesar los primeros diez sofocantes minutos luego de los cuales el cuerpo pedalea solo, las preguntas a esas alturas fluían sin esfuerzo. El foco se colocaba ahora en la concatenación de los pensamientos, en cómo se relacionaba esto con aquello.

Así, hasta que el reloj las devolvió al tiempo en el que debían regresar a sus respectivos trabajos. Con cierta torpeza, se enfundaron en las gabardinas, colgaron de sus hombros las carteras, empuñaron los paraguas. Se chocaron al intentar pasar ambas al mismo tiempo por la puerta. Las actividades cotidianas implican una coreografía precisa y difícil de seguir cuando se está en otra parte, como era el caso.

Una vez en la calle,  bajo los paraguas –por suerte el viento había amainado, no así la lluvia-  se despidieron. 
¿Dónde se encontraban los pensamientos que se les iban ocurriendo en cada conversación?, ¿es que estaban ya armados pero silenciados y  la ocasión de la conversación los iluminaba?, se preguntó una de las conversadoras, mientras le extendía al guarda del 116 los diecinueve pesos del boleto.  Con el primer barquinazo del ómnibus se incrustó en el asiento, aún le era difícil coordinar. Al retomar el ómnibus su marcha, volvió a sus pensamientos.

Ella sabía que algo peculiar sucedía cada miércoles. Se divertía pensando en lo ridículo de la expresión “yo pienso que…” puesto que si los pensamientos y las preguntas que lograban abrirse paso cada miércoles eran producto de ese acto ¿de qué yo se trataba? ¿a quién le pertenecían?. Llevaba incluso las cosas hasta el extremo ¿pertenecían los pensamientos a quién los enunciaba? 
Sacó de la cartera la libreta negra, quiso escribir las preguntas en las que estaba pensando. No logró escribirlas con la claridad con que se le habían presentado segundos antes. 
¿Por qué es tan difícil escribir directamente sobre ciertos temas? fue la pregunta que finalmente se escribió. Bueno –pensó- este es un tema para otra conversación. 

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