A verso converso: ¿solos en la madrugada?

por Cecilia Fernández

¿Qué es conversar? -me parezco a la hija de Paola con sus preguntas legañosas de recién despertada; sólo que yo no tengo la taza de café con leche dejándome bigotes, sino un mate humeante de mitad de tarde soleada y no tengo a mi madre delante sino a mi sola imaginación jugando de contraparte, pensándote a vos, lector, leyendo estas líneas improvisadas. ¿Llegarás hasta el final de lo que escriba, que aún no existe para mí, pero para vos ya será materialidad neta? ¿Estarás de buen humor, o triste, o angustiado? ¿Qué punto de contacto encontrarás entre las huellas que pueda yo dejar en este texto y tu sentir? ¿Podrás conversar conmigo? ¿O el hecho de que no haya nada material de nuestro cuerpo encontrándose y percibiéndose por cada uno en este acto, lo hace un imposible? ¿No hay nada de nuestro cuerpo aquí y ahora? Aunque mi aquí y ahora difiera en el tiempo, de los tuyos. ¿No hay encuentro? Pero yo tengo la esperanza de que algo llegue y algo vuelva, y que los dos nos conmovamos un poquito. Escribo para que algo llegue, claro. Pero no me gusta escribir al vacío. Así que siempre espero que algo vuelva también, y que alguien, vos por ejemplo, un buen día me digas, “me pasó algo con esto que escribiste” y ese contacto pueda hacer que a mí también me pase algo a partir de ti, y quién sabe qué sismos se produzcan, el milagro de la vida a cada vuelta de la esquina.

Desde que principió este tema en nuestro horizonte, me lo vengo preguntando. ¿Qué es conversar como experiencia que deja marca? Ya en aquella reunión que mantuvimos las languelengues para dar algún cuerpo a este nuevo tema que iniciábamos, aparecieron los signos de interrogación. Y en patota. Por eso decidimos preguntarte a vos, nuestro deseado lector, en cuanto nos dimos cuenta de que cada una estaba pensando borrosos alcances diferentes y que no era tan fácil de delimitar el asunto, como podría esperarse.

Así es que le pedí a Elianna que buscara en su diccionario etimológico esta palabreja que hoy me pone acá a pensar. Resulta que viene del latín conversare , cuyos significados tienen que ver con hacer girar en todos los sentidos, dar vueltas repetidamente, presentar en distintas formas, cambiar. Como curiosidad, el sustantivo verso, pariente, en latín significaba: surco que da la vuelta, línea, hilera, línea de la escritura. También parece que conversar fue usada por primera vez en español en 1495 y se cree que proviene, por otra vía, del latín conversari “vivir, habitar en compañía”.

Tras toda esta pesquisa etimológica, la conversación se me dibuja –retomo a Mayra en su texto, a Pao, y a Eli en los suyos- como algo que sucede entre por lo menos dos (acompañándose), que hace girar los sentidos de cada uno, los mueve, los conmueve, los cambia, deja surcos que dan la vuelta, como un tirabuzón, y les permite descubrirse diferentes de lo que creían que eran. Habitar su cuerpo de nuevas formas.

¿Y esto de mí que aparece en este intercambio con fulano? ¿Esto era mío? ¿De dónde salió? ¿Qué tiene fulano que me produce esto? ¿Qué tengo yo, para que fulano tenga esto para mí, que me hace tener esto para fulano?

¿Cuántas veces te pasó de estar en compañía de alguien, y que de pronto ciertas emociones sin sentido afloraran, y te sintieras distinto y te saliera un tono de voz diferente del habitual, y un lenguaje extraño emergiera, y una conmoción hiciera acto de presencia, y no pudieras explicar nada de nada, testigo pasmado de algo que sucede en tu cuerpo, pero de lo que no podés dar cuenta, que habla sin que puedas decir “esta boca es mía”, y que sabés fue originado en algo del otro? Y no hablo sólo de conmociones agradables, ni grandilocuentes. Sentirte un tono de voz agudo espantoso, o una cadencia preciosa, escucharte decir algo y tras cartón sentirte un completo imbécil, o pensar ¿esto tan lindo lo dije yo?, llegar a reflexiones que nunca hubieras tenido sin el otro, o a gestos, o a acciones o a sentimientos. ¿Conversar es hacer lazo? (¿y a veces querer salir corriendo?)

¿Puedo decir que acabo de sostener una conversación, cuando en el encuentro con las palabras de alguien, con su cuerpo (el pulsional), percibo efectos de conmoción en mí? (Cuando digo, “su cuerpo” puede ser una sinédcoque de “su voz”, como cuando Cerdá nos cuenta de las conversaciones telefónicas que sostenía los domingos con su entrañable José Donoso. O puede serlo de su mirada, o de sus oídos, o de sus demás agujeros. O de su cuerpo todo. ¿Puede serlo de sus palabras escritas, las que salieron de la punta de sus dedos dirigidas a mí, cuando puedo restituirles la voz, los gestos, lo material del cuerpo del que provienen?)

Y, ¿tiene que ser recíproco? ¿El otro también tiene que haber sentido que algo le alteró el discurrir a partir del encuentro con mis palabras y mi cuerpo? ¿Tiene que darse esa simultaneidad? Ese plus del que hablaba Mayra en su artículo, ese lugar que no es exactamente de uno ni del otro, sino una zona “entre” ambos.

¿Y qué pasa si yo siento que conversé pero el otro no lo siente? ¿Estoy delirando, fantaseando, o es el otro el distraído que no se dio cuenta de eso que nació en nuestro entrecuerpo?

Extremando esa línea, para llegar a donde ahora me doy cuenta que también quiero, paseando un poco por los márgenes: ¿es indispensable que el otro me reconozca, para poder tener una conversación? ¿Me tiene que estar dirigida la palabra? A mí, con mi cuerpo, en singular.

Si no es indispensable, ¿puedo conversar con un texto? ¿Podés vos, en este rato que hace que estás leyendo estas palabras, haber conversado con el sujeto (o la sujeta) que ves emerger de este entramado, que te imaginás de alguna manera, vaya uno a saber cuál?

Como todo buen lector sabe, los textos son capaces de conmover. Pero ahora pienso que es una conmoción solitaria, cuando no soy reconocido en mi singularidad material, por el otro. No es una conmoción en compañía. Las palabras, por plenas que sean, no lo son todo. Tienen que traer cierta carne. Y si no estoy yo, o no estás vos, los yo y vos corporales, con sus historias y sus dolores, no hay milagro.

Si conversar es versar en compañía, hacer surco en el encuentro con la materialidad del otro, al que reconozco y me reconoce, podremos producir malas mímesis facebookeando todo el día, twitteando, teniendo charlas de ascensor aunque nos sentemos por horas frente a frente intercambiando palabras vacías, sin gracia, que no nos conmueven, o pasándonos la vida recluidos en el mundo inmaterial de los libros, las películas, la televisión, pero seguiremos solos en la madrugada, escapándole a la vida que está, además, ahí afuera, en el otro, en los otros, cuerpos latientes deseantes y temerosos del encuentro, como nosotros.

Entreveo que en este texto, contradictorio e inseguro, se entremezclan las voces de mis languelengueras, a partir de sus respectivos textos. ¿Será que acaso estuvimos conversando? Les escucho la voz, mientras las leo. Y siguen apareciendo los signos de interrogación por todas partes. Y releo mi texto, y pienso que debería reescribir tal pasaje, porque se contradice con tal otro -creo haber descubierto que para conversar hacen falta por lo menos dos-, y decido no hacerlo, como en una buena conversación que pega la vuelta. Y  dije "como". 

Para terminar (la tarde se hizo noche, y de mi mate ya no queda más que yerba lavada) quisiera acompañarme del imperdible monólogo final de esta famosa película protagonizada por José Sacristán, que dejó marca afectiva en mi joven cuerpito infantil de aquel entonces. Conversemos más, salgamos a la vida con el otro. No estemos tan solos en la madrugada.




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