por Elianna Pascual
“Hablar es entrar en relación dialógica con esos discursos ajenos que habitan las palabras y es en ese proceso –que escucha y acoge, con o sin reticencia, cada palabra en función de lo que resuena en ella de voces extranjeras– que el discurso toma cuerpo." J. AUTHIER-REVOUZ
La comunicación existe cuando hay producción de significados entre los interlocutores; en tal sentido la conversación es, quizás, la manera más antigua y legítima de fundar cada vez este encuentro, esta creación intelectual.
Nos apropiamos de palabras, de
enunciados enteros, los procesamos con nuestro pensamiento y los relanzamos al
mundo; y ese acto nos pone nuevamente en el lugar de emisores: somos emisores y
receptores de mensajes que permanentemente se entrecruzan, se encuentran o se
desencuentran, se enamoran, se reproducen, se olvidan, se retoman, se mejoran,
se cambian, se distancian y se acercan con otros enunciados, en una marea
dialéctica que puede llegar a no tener fronteras espaciales ni temporales.
En un fragmento de su artículo sobre
la conversación, Mayra se refiere a las palabras que dejamos ir al pronunciar y ser
escuchadas transformándose en ajenas. Esta idea disparó en mí algunas
reflexiones y me llevó a releer un artículo de Jacqueline Authier–Revouz, La representación del discurso
ajeno: un campo múltiplemente heterogéneo, traducido al español por Alma
Bolón, que a su vez dialoga con textos de Bajtín y Benveniste, entre otros. Si
bien el artículo de Authier–Revouz no refiere estrictamente al plano de la
conversación, creo interesante tomar sus apreciaciones acerca de la enunciación
puesto que le dan contenido, organización y sabores diversos a los campos del
discurso.
El lenguaje humano tiene una doble
posibilidad: referir al mundo o referir a sí mismo. Cuando refiere a sí mismo decimos que es autorreflexivo.
Bajtín dice que en todo enunciado
aparecen –necesariamente– ecos de otros enunciados: “Todo enunciado “dialoga”,
por encima del tiempo y del espacio, con otros enunciados.” En este sentido,
podemos decir que, más allá de si el discurso es ajeno o no, el discurso
siempre es referido porque representa un discurso previo.
El campo del discurso es, según Bajtín,
heterogéneo e inabarcable. A medida que el discurso es proferido en una
conversación, pienso que estas características se multiplican diametralmente.
Intentaré ahora transmitirles una
imagen tomada, claro está, de discursos ajenos. Me imagino que las palabras son a la conversación lo que las filloas a
la lasagna: le dan al alimento la posibilidad de que un potencial engrudo de
carne o verduras y salsa blanca se transforme en una interesante variación
culinaria. Particularmente, nunca he cocinado ni tampoco probado dos lasagnas
exactamente iguales… ¿Será por esto que decimos, que tan bien dice Mayra, de la
combinación de palabras y de oradores, únicas y únicos y con posibilidades
infinitas, cada vez? (Me pregunto, así conversando, si quienes leen esto ahora
tendrán luego ganas de contarme la comparación que se les ocurra a propósito
del vínculo entre las palabras y la conversación...)
Ocurre una manera de conversación
exquisita cuando dialogamos con un buen texto. A Mayra le debo las preguntas
que se propiciaron en mí mientras leía su artículo. Y también le debo la
posibilidad de haber interactuado, hace pocos meses, con el texto de Carlos Cerdá dedicado a José Donoso. A su vez, leer el artículo de Cerdá me llenó de ganas de
escribir sobre mi querida amiga Karina Pizzorno. Cuando uno pierde a un
interlocutor que también es un amigo entrañable, el duelo no sólo es uno ni
doble, sino además –justo al revés de lo que ocurre con el discurso cuando nos comunicamos– múltiple e inabarcable. “Cada conversación es única",
dice Cerdá, y yo no hago más que evocar aquellas profusas conversaciones sobre literatura con Karina, y después pensar en la memoria, en la importancia
subjetiva del recordar empecinadamente a los que ya no están para que de alguna
manera sigan viviendo, en la nostalgia adelantada por las conversaciones que ya
no serán...
(¿Serán significativos de aquella intensa
amistad los magros recuerdos que esta perfectible memoria pueda conservar? Y
los que se pierdan, ¿parte de qué serán? ¿En qué lugar quedan las
conversaciones que ya no tendremos, los significados que ya no se podrán
producir, aquellos discursos ajenos que ya no tendremos oportunidad de
apropiarnos y hacer dialogar hasta generar nuevos e irrepetibles infinitos?)
La conversación es, cual capas de la
lasagna, un espacio donde el lenguaje muestra una diversidad de ingredientes provenientes
de distintos lugares y cocinados en otros tiempos, sin la presencia de cada uno
de los cuales el alimento no sería tal; estrechos lazos que dan al mejunje de
los enunciados la posibilidad de una inteligibilidad y una construcción de
significados nuevos.
Sin Karina, aquellos ricos entretejidos se
han quedado detenidos en la memoria. Dedico a ella esta breve y desordenada
disertación que busca conversar con los amigos preexistentes, los existentes y también, ojalá, con los próximos.
Sin duda, mi querida Elianna, cada conversación es única e irrepetible, cada momento con nuestra Karina era increible y cuesta, encontrar alguien que escuche. La busco y me duele no encontrarla, pero en este dolor que no calma, celebro haberte conocido a ti, tan llena de vida siempre. Un abrazo. Patricia
ResponderEliminar¡Gracias por tus palabras, Patricia! ¡Un cálido abrazo!
EliminarMe gusta decir. Diré mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tocables, sirenas visibles, sensualidades incorporadas”.
ResponderEliminarFernando Pessoa -
"Tiene una mirada ebria de palabras y poesías,
Eliminarbajo el cielo claro de un pueblito por ahí.
Un mundo imaginario hecho de ilusiones coloridas..."
Así, cantando a tu Príncipe, te mando un cálido gracias!