por Paola Menta.
Virginia Woolf. The Common Reader.
Quienes viven el placer de la lectura no como un pasatiempo, sino como una actividad de la que depende que el mundo se sostenga o se derrumbe, coincidirán conmigo en que sucede con algunos libros algo especial, aunque poco frecuente.
Mucho tiempo invertimos los lectores en experimentar textos. Leemos todo tipo de cosas: diarios de hoy y de ayer o el año pasado (ese que justo íbamos a usar para encender la estufa pero ¡zácate! ¡algo nos pone a leer!), revistas nuevas y viejas, panfletos, prospectos, novelas, ensayos, teoría…libros que nos recomiendan unos y otros.
Como almas en pena circulamos durante meses entre frases insulsas e inocuas hasta que aparece esa frase que volvemos a leer como descreídos cuando sin más nos conmina a pararnos frente a la biblioteca, los ojos clavados en los lomos de los libros, mientras farfullamos: - recuerdo que ese libro lo tenía…, o: - había algo de ese autor por este estante…el dedo índice, impaciente, repiqueteando en el labio inferior, el pasaje de la expectativa a la desesperación hasta que, de pronto, los ojos fijan ese nombre, ese título, la mano captura el tesoro y así la escena pasa ya a ser otra. Caminamos sin mirar por donde, el libro abierto en nuestras manos, los ojos en las letras hasta llegar al sillón donde nos dejamos caer.
Una manía me acompaña desde que Madame Bovary me convirtió en lectora: leo el primer párrafo dos veces, al menos.
A fuerza de insistir, logró la manía que la registrara. Ineludible resultó entonces interrogarla. Algo resiste al avance de la primera página, pensé. Algo resiste a zambullirse en ese mundo que ya tengo ante mí. Y sí!, no es para menos!
Aventurarse en la lectura implica abandonarse uno mismo e ingresar en el mundo que el escritor propone. Una vez allí, tendremos que llamarnos al silencio y dejarnos tomar por esa lógica particular.
La lectura es un acto de complicidad, cargado de consecuencias. Leer es correr un riesgo.
Personalmente creo que, más allá de los infinitos sentidos que se desplieguen a partir de un texto, más allá de la frondosa imaginación del escritor, de las historias que sea capaz de contar, de su manera particular de construir los personajes, lo más fascinante pero lo más inquietante también, son los efectos de esa lectura en uno. Efectos imposibles de prever ni controlar y que poca relación tienen con las categorías del “me gusta” o “no me gusta”.
En definitiva, leer también implica vérselas con eso imposible de decir, con eso que no cesa de no escribirse.
Seguir un escritor a lo largo de su obra, implica seguir una forma peculiar de bordear las preguntas fundamentales y dejarse impactar por ella. Es explorar un sistema de pensamiento y la lógica de su construcción.
Al leer, le permito al escritor que ocupe un lugar en mí, le concedo el silencio de mis prejuicios y pensamientos. Como Alicia en el País de las Maravillas tras el conejo, lo sigo.
“Un momento después, Alicia también desaparecía por la madriguera, sin pararse a pensar cómo se las iba a arreglar para salir después”. Lewis Carroll. Alicia en el País de las Maravillas.
Imagen: John Tenniel.
Ideal para el te , avisaremos a la Mati para que desembale la porcelana inglesa, eso si; llevo mapa de salida jejejeje
ResponderEliminarEs cierto, es una experiencia intransferible, como lo son en general los sucesos importantes en la vida de cada uno y sin embargo insistimos en escribir sobre ello y en intentar compartir con otros algo de eso que se nos escapa como arena entre las manos.
ResponderEliminarCelebro, sinceramente, que lo escrito esta vez, te relance a la lectura.
Un gusto recibir tus comentarios!
Paola.