El oso quería volver a ver a un duende que se llamaba Pedro,
era un duende al que había visto una sola vez. Aquel encuentro había sido
increíble, mágico. Tanto así que se había caído de cola y le habían quedado las pompis bien rojas. Le dio vergüenza ser tan asustadizo con un duende tan
pequeñito, por eso se hizo el enojado y le dijo Basta, no me molestes más. El
duende sonrió, se disculpó, le dio al oso un beso en la nariz y desapareció en
el bosque. ¿Cómo te llamás?, le preguntó el oso cuando ya casi no se lo veía,
Pedro, le respondió.
No todos los días pueden ser geniales, pero el oso cree
que hoy va a volver a verlo, sabe que muy pronto va a tener una segunda oportunidad.
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