Por Elianna Pascual
Bárbara caminó despacio hacia la puerta, no quería que los demás, más allá de aquel que apareciera del otro lado de la hoja, se percataran de sus movimientos. El estilo puede tener que ver con dar el nombre del personaje al principio, darlo después, o dejarlo en el anonimato. Y los comienzos tienen un orden canónico, pero también ya es canónico que ese orden se altere. Todo estaba bastante tranquilo: no se escuchaban bocinas, pocas luces en la cuadra, no había perros ladrando. La forma en que se describe la escena, si se opta o no por el copretérito, también compete al estilo. Cerró con llave, por fin son las nueve, volvió al sillón y encendió, con el control remoto, la tele en su programa favorito. El estilo directo libre queda, por lo general, solapado entre las palabras del narrador. Empezaba a sonar la cortina musical: I´ve lived a life that´s full, travelled each and every highway... Ay, Frank querido, ¡cuánto te admiro! Sin reparar en la rima, tomó un par de almohadones y se acomodó en el sillón. Pero había una mancha en la pantalla de la tele y eso empezó a incomodarla un poco, primero la desconcentró, después la irritó, por último la obligó a pararse y dirigirse a la cocina en busca de la rejilla de lavar los vidrios y el frasco de alcohol. (El estilo puede ser un poco obsesivo a veces.) Frotó, testaruda, la pantalla, hasta que pudo diluir el pegote; el presentador empezaba a hablar, así que volvió apurada a la tele, aún abrumada por aquel paréntesis.
Bárbara solo podía recibir visitas dentro de los horarios y los días estipulados por la dirección. Perdón: La Dirección. El estilo puede ser subversivo, pero últimamente Bárbara prefería acatar las normas institucionales para no recibir más sanciones. “Hay que obedecer una lógica que al parecer trasciende a lo que nosotros queramos o dejemos de querer”, dijo en estilo directo y para nada libre, y, conforme en todas las acepciones del verbo que sigue, se reacomodó, pacífica, pasiva, impasible, frente a la pantalla. Por suerte el estilo a uno lo acompaña siempre, pensó a continuación Bárbara, y no es una cosa que se aburra y se vaya: aunque se aburra de uno, no se va. (Sus amigos, en cambio, se habían ido hacía ya un par de horas, y no habían prometido volver sino hasta el próximo cumpleaños.) El narrador podía haber hallado una mejor suerte para Bárbara. ¿Podía? ¿Elige el narrador el devenir de sus personajes? ¿Es ese un tema de estilo?: ¿puede o podría el estilo del narrador hacer algo por Bárbara? ¿Quién será el artífice de quién, en esta historia?
Bárbara miraba El show de Frank, religiosamente, todos los domingos de noche. ¿Será que el estilo va de la mano de las rutinas? A mayor organización, mejor estilo, repetía para sí misma, y así la semana transcurría hasta que llegaba, lentamente, el final. Sus pensamientos no siempre la convencían, pero, eso sí: estaba segura de que la rutina la ayudaba mucho con la evolución positiva de su tratamiento: levantarse siempre a la misma hora; tomar cuidadosamente las seis pastillas con el desayuno; colaborar con las tareas del jardín de diez a doce; dormir media hora después del almuerzo, caminar dos veces alrededor de todo el patio los días agradables, y ocho veces de una punta a la otra del pasillo cuando llovía; así cada momento puntualizado sucesivamente hasta la hora de dormir. La monotonía era algo que se necesitaba para alcanzar un estilo de vida deseablemente normal.
Pronto el presentador dio paso a algunos anuncios; qué estilo tan distinguido, calculaba Bárbara, mientras analizaba, junto con la voz en off, los detalles más extravagantes del traje, los accesorios y el peinado. Me vistió Fulano, me peinó Mengano. Qué elogio de la frivolidad, pensó también, aunque hipnotizada por los adefesios. El presentador retomó su discurso, quién sabe si estaba leyendo pero hablaba muy bien: elegía oportunamente las palabras y no titubeaba cuando tenía que improvisar. Eso era lo que más le gustaba, a Bárbara, de Frank: aquel halo de elegancia que le daban la buena voz y el hablar exquisito. “Un refinado hombre de la televisión”, dijo en voz alta, sin reparar en el oxímoron. Pero sí se detuvo en el enorme parecido que había entre este hombre y su amado Frank Sinatra, ¿serán adrede el frac y la moña negra? Entonces pensó primero, un tanto decepcionada, que la imitación le quitaba originalidad: Bárbara hubiera preferido no haber visto nunca a Sinatra para no terminar por creer que el presentador era, ahora, un hombre tremendamente mundano. Así fue y vino en su pensamiento varias veces, lo cual también formaba parte de un estilo indeciso que terminaba por enlentecer sus razonamientos. Bien podía decirse que el presentador, a pesar de ser un burdo copista, tenía una manera propia de desenvolverse en el escenario, de sonreír a los participantes, de cautivar al público y de persuadir a los espectadores. Al fin y al cabo, también es cierto que, sea en cuestiones de estilo o más allá de ellas, todos tenemos derecho a querer parecernos a alguien. Podría quedarme con la idea de que él es Frank, calculó Bárbara, y rápidamente resolvió la situación con una escena de lágrimas ante el descubrimiento, sabía que no me habías dejado, querido, y no paró de mirar el show de su Frank plenamente embelesada, hasta el final. Porque, aunque nos cueste verlo o demoremos en decirlo, el estilo siempre tiene algo inexplicable, hasta delirante, esa manera pretendidamente subjetiva en que nos apropiamos de las palabras, en que elegimos las formas del decir; y la emoción que le ponemos a cada frase.
Ahora el presentador se despedía, agradecido, de su público fiel, a todos en general muchas gracias, pero la cortina musical no empezó ahí: esta vez Frank optó por detenerse en su amada Bárbara, feliz cumpleaños, esta canción es para ti, y tras el preámbulo del epílogo del programa espetó un intenso I´ve loved, laughed and cried. I´ve had my fill, my share of losing... no, oh, no, not me, I did it my way, compenetrado vehementemente con la música, palabras que tanto caracterizaban el más apasionante de sus estilos.
Regrets, I´ve had a few
but then again, too few to mention.
I did what I had to do
and saw it through without exemption.
I planned each charted course,
each careful step along the byway.
And more, much more than this,
I did it my way
but then again, too few to mention.
I did what I had to do
and saw it through without exemption.
I planned each charted course,
each careful step along the byway.
And more, much more than this,
I did it my way
Frank Sinatra
No hay comentarios:
Publicar un comentario