por Mayra Nebril
Al comenzar a releer algunos de los textos enumerados
en el Apéndice: Escritos de Freud que
versan predominantemente o en gran parte sobre arte, literatura o estética, -apéndice
que figura en el tomo XXI de las obras completas de Freud, Amorrortu editores,
página 213- me llamó la atención la forma en la que Sigmund desarrolla los
temas que aborda. La manera en la cual al escribir, pone el acento sobre la
persona del escritor, más que en sus producciones. Pocos, creo yo, osarían
presentar de esta manera un ensayo al día de hoy; entre otros motivos porque el
psicoanálisis aplicado no goza de buena salud.
Entonces, ¿podemos afirmar que la estética
psicoanalítica ha cambiado?, ¿que la manera de decir del psicoanálisis sobre
arte, o el modo de presentar un caso clínico, o la forma de interpretar, o de
callar, son diversas a las de Freud?
Desde 1900 a la fecha, la persona del escritor,
narrador, autor fue desdoblada, hubo avances teóricos, surgieron disciplinas
nuevas, la creación cobró matices singulares, en el arte, en la lingüística, en
la semiología, en el psicoanálisis, producción que pesa y cuenta, me dirán y
estoy en total acuerdo. Aun así, creo que algún otro se sorprenderá también,
frente a párrafos con esta estética:
“Si consideramos, pues, la fantasía de Leonardo con
los ojos del psicoanalista, no nos presenta por mucho tiempo una apariencia
desconocida; creemos recordar que a menudo, por ejemplo en sueños, hemos
hallado algo parecido, de suerte que nos atreveríamos a traducir esta fantasía
de su lenguaje privado a palabras comunes y comprensibles. Y bien, la traducción
apunta a lo erótico. Cola, “coda”, es uno de los más familiares símbolos y
designaciones sustitutivas del miembro viril, no menos en italiano que en otras
lenguas; la situación contenida en la fantasía, a saber, que un buitre abriese
la boca del niño y se empeñase en hurgarle dentro, corresponde a la
representación de un fellatio, un acto sexual en el que el miembro es
introducido en la boca de la persona usada. Es bastante raro que esta fantasía
posea un carácter enteramente pasivo; por lo demás, recuerda ciertos sueños y
fantasías de mujeres u homosexuales pasivos (que desempeñan el papel femenino
en el acto sexual).”
Más adelante “Cuando Leonardo, en la cúspide de su
vida, reencontró aquella sonrisa de beatífico arrobamiento que antaño había
jugado en los labios de su madre al acariciarlo, hacía tiempo se encontraba
bajo el imperio de una inhibición que le prohibía volver a anhelar nunca tales
ternezas de los labios de una mujer. Pero se había hecho pintor, y entonces se
empeñó en recrear esa sonrisa con el pincel, estampándola luego en todos sus
cuadros.” Un recuerdo infantil de
Leonardo da Vinci – 1910 – Amorrortu editores.
A lo largo de este ensayo Freud va armando un
rompecabezas, comparable tal vez, con el modo en que en algunos libros el personaje-investigador
va arribando a las conclusiones finales. Freud da saltos grandes alrededor de la figura de Leonardo para poder
explicar la teoría que venía naciendo y certificándose con y a partir de él. Es
como si lo escucháramos afirmar, casi a los gritos, ¡miren, acá, acá, El Edipo Existe!, ¡y no sólo existe, además es universal!, ¡claro que sí,
vean sino a Da Vinci, un grande, y aun así le aplico la teoría y llegamos a
buen puerto!
En el escrito sobre Dostoievski 1928, sucede algo
parecido, Freud comienza diciendo:
“En la rica personalidad de Dostoievski, uno
distinguiría cuatro fachadas: el literato, el neurótico, el pensador ético y el
pecador. ¿Cómo orientarse en medio de esa desconcertante complicación?”
Y más adelante sigue: “He aquí, pues, la fórmula para Dostoievski: Una persona de
disposición bisexual particularmente intensa, que puede defenderse con
particular intensidad del vasallaje de un padre particularmente duro. Agregamos
este carácter de la bisexualidad a los componentes de su ser ya discernidos. El
temprano síntoma de los “ataques de muerte” puede comprenderse entonces como
una identificación-padre del yo, consentida por el superyó a modo de castigo.
“Tú has querido matar a tu padre para ser tú mismo el padre. Ahora eres el
padre, pero el padre muerto”: el mecanismo habitual de los síntomas
histéricos.” Pág 183 Dostoievski y el parricidio Amorrortu editores.
Se nota
tanto el gesto fundacional en las frases, como la novedad que esas afirmaciones
implicaban para la época. Quizás hoy estén- sino vaciadas de sentido-,
mancilladas en la vulgarización que la teoría psicoanalítica ha sufrido. Por
eso, supongo, que a lo mismo le damos nuevas formas, variantes estéticas en su
presentación para que vuelvan a sacudirnos y a sorprendernos. En el artículo
anterior sobre
Psicoanálisis estético, transcribía una definición de
estética: lo relativo a lo bello o
artístico, susceptible de percibirse por
los sentidos, facultad de percepción por los sentidos, yo percibo, yo
comprendo. Una estética tabula una
manera de percibir a través de los sentidos, en definitiva de ¿sentir? Me
preguntaba en qué podríamos notar el cambio estético en el psicoanálisis. ¿En
el modo de decir y callar- de psicoanalistas y también de analizantes? ¿O en la
forma de percibir a través de los sentidos? ¿De sentir? ¿La ira, por ejemplo, se
siente distinta en 1900-época freudiana- que en 1960- lacaniana- que en la
actualidad? ¿Ha cambiado la forma de leer, de interpretar?
¿Interpretamos distinto? Creo que sí. Hoy vemos el
Edipo en todas partes, los pacientes llegan diciendo que tienen “un problema
edípico grande”, o “mi narcisismo está desestabilizado”, o algo por el estilo,
o sea, ya a nadie le asusta, a casi nadie le sorprende, ¿nada? Debemos
desmontar el Edipo rey de Sófocles, y el de Freud, para que aparezca, con
suerte, presentificado y vívido el de alguien, y nos asombre, y nos espante.
Para que el psicoanálisis siga siendo subversivo, siga viviendo y conmoviendo de la misma manera
que sucedía en tiempos inaugurales, cambiamos las formas. ¡Tantas veces tenemos
que matar el contenido del cuentito Edipo para que aparezca en el discurso lo
que vive y lucha!
Comienzo a pensar que esos son los momentos
estéticos de un análisis, los instantes en los que lo mismo de siempre, nos
vuelve a sacudir la modorra, y nos asombra.