Por Mayra Nebril
**Si usted tiene
conocimientos sólidos de psicoanálisis lacaniano, puede omitir la lectura del
breve glosario que adjunté al final de la crónica; pero si usted es un lego
allegado a la materia de forma ocasional o está empezando a estudiar a Lacan y
se decidió a dar inicio a tal lectura comenzando por esta crónica, lea
atentamente el humilde diccionario. Suerte y después me cuenta.
Me separaban dos horas y media de la finalización de
las Lacanoamericanas, y había decidido quedarme hasta que me ardieran las
orejas. En una suerte de tatetí, llegué a una sala en la que una mujer, que me
hizo acordar mucho a mi tía Chichita, leía con entusiasmo para una breve
audiencia compuesta por una primera fila de amigas y otras dos hileras de
curiosos que esperábamos el despliegue de su decir. La licenciada Albahaca, psicoanalista
que tengo en alta estima, mejor conocida como la Domadora del tiempo-por la
consabida conexión entre sus lecturas y la lluvia-, estaba sentada a mi derecha, supuse que había sido
convocada, también, por lo hermético del título de la actividad.
La tía Chichita pidió que cerraran la puerta del
salón. Alguien procedió. La mujer hizo silencio, apoyó sobre la mesa las hojas
que leía, y comenzó a mirar de frente a su audiencia. Los ojos jóvenes e
inquietos no acompañaban su avanzada edad. Su brushing de pelo corto y rojizo
estaba un poco estropeado por la humedad, y otro poco por un jopo que, como
enredadera selvática, se le desparramaba sobre el ojo derecho. Un exceso de rímel
y delineador negros colaboraban en el dramatismo de su mirada hiperbatónica –palabra
en préstamo del vocabulario de Elianna–. Cuando nos permitió regresar del
silencio, la mano arrugada y enfundada en oro de la tía era activa en la
batalla por despejar su ojo y enfatizar sus palabras.
–Voy a hablarles de los petit a. Entiendo que la
clínica sin el dominio de los petit a, peligra
.
Me resultaba raro el extremado misterio que encerraban
sus palabras, para un concepto que era frecuente en psicoanálisis, que todos
creíamos entender, ¿o no? Nos miramos con un desconocido colega a mi izquierda,
perplejos, él tampoco había comprendido aún el complejo intríngulis al que nos
lanzaba la colega argentina. Los Petitá en
el engarce de la estructura, decía la oradora. ¿Petitá? El samblás de Petitá, repitió para
enfatizar. Decidí acercarme a la licenciada Albahaca, su rostro me decía que
ella sí sabía de qué se trataba la charla de la tía Chichita, y que no había
decidido ir a escucharla en un acto de casualidad.
-¿Conoce a esta psicoanalista, Domadora?
–Sí, se rumorea que ella ha descubierto algo nuevo en
el psicoanálisis. Los Petitás.
Comprendí que el momento esperado había llegado, el
nuevo psicoanálisis tomaba cuerpo en la voz de la tía Chichita y su ventana
abierta a los Petitás.
Las manos de la tía ahorcaban el aire delante de su
nariz, con cierta violencia y misterio las palmas envolvían el espacio por el
que se deslizaba la voz que susurraba que se trataba de sabuaaaarfer con los
Petitás, una batalla difícil pero loable ya que, de no lograrlo, perdía sentido
seguir adelante con un tratamiento, incluso con el psicoanálisis. ¡Cuánta
pasión!
–En algún momento los Petitás inundan la escena de la
sesión, y uno apela al sabuarfer tanto con los líquidos, como con los sólidos.
Sabuaaaarfer siendo samblás de Petitá, estimados, de eso se trata, para eso
están ustedes, los elegidos, hoy aquí.
–Mesiánico –me burlé. A la Domadora no le gustó mi
comentario.
Siguió su disertación sobre los Petitás,
clasificándolos. Petitás así y Petitás asá, Petitás asicusá. Parece que algunos
analizantes lograban vencer a los Petitás acuosos pero fracasaban con los
olorosos, haciendo que fuera infértil cualquier ilusión de progreso. Otros en
cambio agujereaban con palabras filosas el goce desatado de los Petitás, pero
lo estropeaban en el atravesamiento del fantasmeeeé.
–¿Qué son los Petitás? –La pregunta quiso ser
realizada a la licenciada Albahaca, pero por
extraños motivos se escuchó en toda la sala y a un volumen considerable.
–Agradezco la interrogante, –dijo la tía Chichita
mirándome intensamente, y siguió –aun sabiendo que oírla fue una mala pasada
que le hizo su Petitá líder, pero querida estamos aquí para despejar dudas. No
se avergüence, es mi especialidad, mi sabuaaaarfer, y, a todos, no sólo a
usted, sino a cada uno le veo los
Petitás desde lejos.
De pronto la sala se llenó de Petitás flotantes, nos
rodeaban, miles, visibles, audibles y olibles, tenían ojos, nariz, orejas y
boca, algunos lentes, otros barba, unos cuántos fumaban pipa, y unos pocos usaban
cabello largo. Nos observaban y se dejaban mirar, unos cientos para cada quien.
Se acercaban demasiado, se nos pegaban a la piel, como ventosas de pulpo, y
perdíamos perspectiva desde la cual mirarlos. No sabíamos si eran buenos o
malos. Aunque tal vez algunos tuvieran conocimiento, siempre desconfío, en el
ambiente psi todos hacen comosí entendieran y el límite ficción-realidad
es demasiado permeable. El colega brasilero que estaba a mi derecha y yo, no
dejábamos de fruncir el ceño a la vez que nos interrogábamos con todo el
cuerpo, no teníamos ni idea.
El ingreso de los Petitás al auditorio creó una
hipnosis grupal, todos queriendo tocarlos, acariciarlos, pellizcarlos,
cazarlos. Éramos alentados por la tía Chichita a sabuarfer con ellos, "Como
causa, queridos, por ahora sólo como causa de deseo. Nunca pierdan de vista el
agujero para sabuarfer. Sean samblás. Libre y destapadito el agujerito. Lenbebiú,
colegas, está a la orden del día. Muy bien, Clara. Con cuidado, Alberto. Usted,
Jaio, estupendo, no se eclipsa con el brillo agalmático y sabe que no se goza
del agujero, sino del borde. Recuerden eso. Así no, querido, lejos, muy lejos
del esperable sabuaarfer que se le confiere. Eviten que les invadan los
agujeros. Vamos, ¡ánimo compañeros que podemos!"
–Amelia, sacátelos yaaa de la oreja –gritó la tía
Chichita a una de sus amigas de la primera fila– No te entregues al goce del
Petitá. No quiero perderte.
En ese momento, y teniendo a mis Petitás haciendo una
danza que me resultaba monótona y pretenciosa, me detuve a observar a la
oradora con el dominio magistral que denotaba de sus Petitás. Siempre a una
distancia prudencial, los acariciaba con
la mano derecha y con la izquierda les exigía entrega, ellos se dejaban
amaestrar por la habilidad de la mujer que sólo se distraía para acomodarse el
jopo.
Intenté copiar los movimientos. Una identificación al
rasgo. Nada. Una identificación al Petitá paterno. Nada. Le saqué lalangue al
Petitá de mayor tamaño. Me mordió y otros tres me mostraron los dientes. Vino la
tía a auxiliarme. Me mostró cómo pellizcarles la nuca para lograr la rendición
masiva del Petitá. Cuando la tía me dejó sola, el más grande me escupió.
Enfoqué a la licenciada Albahaca que había quedado
unos pasos detrás de mí. Los ojos se me desorbitaron al ver su situación. De
sus Petitás llovían líquidos de distintos colores: amarillo, blanco y amarronado,
también había gotas cristalinas que como diamantes chorreaba una familia
peculiar de su grupo. Ella había abierto el paraguas negro a lunares blanco que
siempre la acompañaba y lo blandía como protección y arma frente al batallón
aguerrido, era una Domadora, también, de Petitás. Los suyos eran distintos, y
no sólo por la cascada que dejaban caer.
La oradora se acercó a la licenciada Albahaca, que
estaba nerviosa al sentirse en el foco de atención de la gurú de los Petitás.
–De esto se trata, colegas, de crear nuevas variedades
de Petitás, de inventarlos y para eso tenemos que ir hasta el unercanté, ¿comprenden?
Ir y regresar del unercanté. Deben lograr un sabuaaarfer que desatará un goce
deseoso de amor al psicoanálisis. ¡Regresar a Lacan! Una y mil veces volver. ¿Me
siguen? ¡Mi dios! Dejar caer Algranotre, sí, Al-grano-tre, y así encontrar en
el más allá del principio de realidad nuevos Petitás.
La licenciada Albahaca seguía blandiendo el paraguas,
ahora con mayor delicadeza, y una sonrisa de alegría por el reconocimiento de
la tía Chichita frente a sus colegas del Cono Sur, pero cuando alguno de sus Petitás
pecaba de exceso de confianza, lo golpeaba con destreza estampándolo contra la
pared empapelada de flores y arabescos. La tía Chichita aseguraba que eso era
lidiar con el Petitá como si del Dasdin se tratara, lenbebiú, -decía- un
experto dominio del arte de Petiteo. Terminó su alabanza diciendo que la
Domadora era un Petitotre para ella de aquí en más.
–Listo– dijo y palmeó. –Suficiente.
Los Petitás desaparecieron de nuestra vista.
La tía Chichita continuó aplaudiendo, enérgica. El
jopo le conquistaba la frente, la nariz y la mejilla. Así daba por culminada su
intervención en lo real, lo gritó, y nos legaba su sabuaaaarfer para que el
psicoanálisis de estos tiempos y latitudes no desfallezca, está el corazón
vivo de nuestro arte palpitando en vuestras manos. Aleluya al Petitá, y todos
coreamos sin pedido explícito de su parte, Aleluya al Petitá.
Se abrió la puerta. Las amigas la rodearon, la
abrazaban, la besaban y la felicitaban. Su sonrisa triunfal era contagiosa. El
colega brasilero, la Domadora del tiempo y yo nos encaminamos a la salida.
Íbamos en silencio, decantando lo visto y escuchado. Los lunares blancos del
paraguas, cual manchas del test de Rorschach, daban cuenta de las infinitas
oportunidades de lectura que nos da el Petitá.
La escalera con la que nos encontramos era un damero
de más de cien peldaños, que serpenteó por las seis salas en las que se
desarrollaba el evento, hasta desembocar en la sala del café. Muchos
psicoanalistas hablaban de petit a, de semblant, del das unerkannte, l’une-bevue,
el gran Otro y de savoir-faire. Aburrido. Por hacer algo me serví un vaso de
agua fresca. El brasilero subió y bajó los hombros varias veces, no entiendo
una palabra de portugués así que ni siquiera intenté una conversación con él,
me limité a imitarlo y sonreír.
La licenciada afirmó que ya era suficiente
psicoanálisis para ella, estuve totalmente de acuerdo, decidimos dar por
finalizada nuestra asistencia al evento. Cuando llegamos a la salida, único
lugar desde el cual se podía ver el exterior estando dentro del castillo
psicoanalítico, la calle era un río agitado por el que navegaban autos,
camiones y peatones que dominaban el arte de la flotación.
La Domadora del tiempo sonrió. Sus poderes no se
agotaban con la lectura de Virginia Woolf, también el maestro interpretado por
la tía Chichita, cobraba acuosa vida. Pero, ¿era suficiente con el sabuarfer de
la tía para refrescar el decir psicoanalítico? Quizás… ¿Podría la Domadora traer
consigo un eslabón de la líquida cadena y plantar nuevas semillas de Petitás de
este lado del Río de la Plata? Quizás, quizás, quizás…
Las dos nos remangamos los pantalones hasta la
rodilla, nos descalzamos las chatitas y miramos al cielo buscando alguna señal.
La Domadora del tiempo abrió su paraguas – tipo hongo, de tamaño considerable- juntas comenzamos a andar.
** Breve glosario
de terminología psicoanalítica
Savior-Faire – Sabuaaaarfer,
se dice y es el saber hacer que se obtiene al final del análisis, entre otras
cuestiones saber hacer parecer que hablamos francés, sabuaaarfer con lo real
del síntoma, con el sintooom, o también saintom, a Él le encantan los juegos de
palabras, tiene que saberlo estimado principiante, es parte esencial del oficio,
así que debe aprendeher, aprender, prender, perder, perder-se, desprenders/e,
se-aprende, comprende, se/vende. Sabuaaarfer es aplicable para cada momento en
que uno pierda el hilo del discurso y desee retomarlo sorpresivamente, por
ejemplo "No me comprendiste, querida, se trata del sabuaaaarfer con eso"... y ahí se engancha cualquier
temática que a uno le quede cómoda para disertar.
L’ insu que sait
de l’une-bevue y sigue…- alias Leinsú- alias Lenbebiú - nombre del
seminario número 24 en el que Lacan juega con la homofonía para decir lo que le
parece que puede con/fundir más, vendría a ser una versión de los lengues
posibles de Lalangue, el LangueLengue, ese algo que no cesa de no escribir-se
sin faltas de ortografía. Si a usted no le parece que tenga onda llamar al
seminario por su número, puede poner trompa francesa y decir Lenbebiú o Leinsú,
los psicoanalistas lo entenderemos y además se ganará el respeto de unos
cuantos.
objeto petit a - término
creado por Lacan para referirse a los cuatro objetos que son y no son parte del
cuerpo, que son y no son del sujeto, que son el modo de relacionamiento con el
gran Otro- diga Granotre y lea la próxima entrada del glosario para entender-
objetos que son borde y agujero, que llenan y no, que son el único invento
lacaniano a decir del maestro mismo, sin los cuales no vamos a ningún sitio, y
¡tanta veces no iremos a ningún sitio! Los Petitá están disfrazados en el fantasma,
son puntos de engarce de la estructura, operan como causa de deseo, como plus
de goce. Los Petitás son cuatro: el pecho, las heces, la mirada y la voz. ¿Ahora
los visualiza mejor? ¡Qué imagen! Estimado principiante, si aún no entiende
nada de nada, sepa que veinte años de lectura no son nada, así que no se
aflija, y sepa que siempre puede recurrir a los Petitás de la tía Chichita,
tanto más queribles, ¿verdá?
A - léase gran
Otro, pronúnciese Granotre. Usted, que está dando sus primeros pasos
psicoanalíticos creerá que el Granotre es la mamá, pero no, es la función mamá,
que después de leer y leer resulta que es el lenguaje de la mamá, a lo que por supuesto
le decimos en francés, lalangue, asítodojunto y debe aclararlo, no vaya a ser
cosa que agarre a alguno distraído, pero no se crea que lalangue es ese cacho
de carne fucsia dentro de la boca de la mamá, -no se trata de un Petitá,
lalangue- es la manera en la que la mamá encarnó la langue, o sea todos esos
modismos que le son propios como por ejemplo ajises, o haiga, o bilanesas, o -si
su madre es psicoanalista- sabuaaaarfer, y petitá. También, por supuesto,
LangueLengue.
Das Unerkannte – para
los que trabajamos en el área, con cariño le decimos el unercanté, ombligo del
sueño, o sea lo que nunca jamás vamos a conocer, más o menos algo así,
¿comprendió? Sino no importa, es lo no reconocido, usted que empieza no va a
andar haciéndose problema.
Semblant –
traducido como semblante, pero como todos sabemos en la traducción pierden
ambos idiomas, o, quizás, fecunda uno nuevo, el franpañol, en cuyo diccionario
se encuentran senblán, samblá, hasta el sanblás antes usado para los estornudos.
Término complejo que quiere decir del lugar que ocupa, a veces, el analista,
que es y no es, como el Petitá, ¿se acuerda? Y sí, estimado lego, todo es
sanblás en este primer tiempo del psicoanálisis.
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Imágenes: Milo Lockett |
http://www.milolockett.com.ar/vida_resenia.html