por Mayra Nebril
1) Los hechos
Un viaje a Europa en pareja. Los sentidos despiertos. La máquina de fotos al cuello. La decisión de no visitar el museo del Louvre por dentro, pero desear una fotografía de la pirámide de vidrio. El pedido a unos jóvenes, con trípodes y cara de expertos, de retratarnos. La foto y una serie de carcajadas. El ofrecimiento de cortesía, de sacarles a ellos una fotografía. La visita a los museos de Orsay, y al centro Pompidou. La emoción de ver originales después de tantos años de copias. La puerta del baño grafiteada. La reflexión. La idea del cuento escrita dentro de la libreta. El regreso a Montevideo con varias imágenes y relatos. Las ganas de parir un cuento. La posibilidad de desenredar una idea de la madeja de pensamientos. La decisión de prestarle tres cuerpos a la misma alma.
2) Cuento
El viaje había sido planificado a lo largo de todo un año, qué ciudades visitar, cuáles eran las mejores opciones de alojamiento para cada destino ¿hotel, apartamento, hostal?, qué paseos deseábamos realizar y de cuáles podíamos prescindir, incluso en qué barrios nos entregaríamos a la voluntad de las piernas.
París soportaba dos décadas de expectativas. El Sena, sus canales y puentes, la Torre Eiffel al atardecer, el barrio latino, la casa de Lacan, Montmartre, el lugar en el que vivió Van Gogh, la que sirvió de morada al Ulises de Joyce, Amelie, la música, las palabras risueñas del francés, el vino, el queso, los crepes. Pero el museo del Louvre no nos interesaba. Habíamos visitado Orsay y en él a los impresionistas y a Van Gogh, luego en el Centro Pompidou nos habíamos deleitado con los surrealistas y los dadaístas; y entonces realizamos la ecuación tiempo sobre ganas, y el resultado fue pasar por alto a la Mona Lisa, sí, ella podía esperarnos otros ¿cinco? años. Pero la arquitectura del museo, su pirámide de vidrio, el palacio, los jardines que lo enmarcan, de eso no queríamos privarnos y por lo tanto el quinto día en la ciudad luz, nos dirigimos hacia la Rue de Rivoli hasta que desde lejos dimos con el lugar.
Nos acercamos caminando por la diagonal de las Tullerías escoltados por cipreses y pinos, sobre el pasto, suave colchón verde, los cuervos se paseaban al sol entre alegrías y rosales florecidos. El bullicio iba en aumento, un murmullo, un goteo, un zumbido. Al cruzar la avenida que nos separaba de la famosa pirámide de vidrio, fuimos dos hormigas en el hormiguero gigante del Louvre. Una fila de doscientos metros serpenteaba viva, gritos en varios idiomas, risas, flashes. Algunas personas se trepaban a cubos de cemento para ser estampadas en poses extrañas, otras gatillaban la máquinas, con brazos-ojos extendidos que veían lo que el fotógrafo no podía observar, otras pulsaban el botón sin mirar o que estaban retratando y sin detener la marcha. Nosotros dábamos vueltas aturullados, sin saber qué hacer o decir frente a la pirámide tantas veces vista y ansiada.
¿Era linda? Y a la vez la pregunta se tornaba tonta. ¡Era el Louvre! No importaba su belleza, ¿o sí? Era un emblema, una marca registrada. ¡Tan obvio como el furor del hormiguero!
–Vamos a pedir que nos saquen una foto en la que estemos los dos. Sólo tenemos una juntos, y está espantosa. –Propuse, queriendo salir del agobio.
Siempre sucede igual en los viajes de pareja, una o dos fotos de los dos integrantes, la del portarretratos obligatorio, y en las demás uno u otro de la dupla posando para que el paisaje sea testigo de la presencia de esos seres en ese lugar. ¿Lo importante debería ser el paisaje? A mí me aburren las fotos sin los viajeros, quiero verles la expresión en el rostro, tal vez descifrar cuáles eran las emociones en juego en ese momento, y muchas veces me pierdo de lo supuestamente esencial, del lugar que hace importante que esa imagen sea elegida.
Levantamos la cabeza y la dispusimos al servicio del jolgorio, acordamos que orientales no serían los escogidos para tomarnos la foto, nuestra especia de inglés y la de ellos es muy distinta, no nos entendemos, ¡sería tan bueno dar con españoles o latinos!, pero nadie hablaba castellano. Busquemos europeos, con ellos nos entendemos rápido la media lengua.
Al menos siete veces me atravesé en fotos ajenas buscando a nuestro fotógrafo. ¿En cuántos álbumes estará mi imagen? Japón, China, Corea, India, Ucrania. Mayra imagen vivirá en continentes que no conozco, visitará tierras que no añoro, tal vez morirá pronto, pobre imagen mía, tan joven para perecer.
Un grupo de jóvenes con máquinas fotográficas portentosas mide el lugar desde el cual la pirámide luce mejor, o al menos eso imagino detrás del trasiego de lentes y caminatas apuradas.
–Would you please take us a photo?
Los tres muchachos se miran entre sí y ninguno extiende la mano para tomar nuestra cámara. Pequeña, discreta. Sonríen y cruzan miradas. Elijo al mayor de ellos, un joven rubio de armónicos rasgos, ojos de un celeste translúcido, nariz recta y masculina, quijada delineada. Le acerco la máquina y le indico el botón de metal que debe pulsar. Nos retiramos unos metros para sonreír falsamente frente a la pirámide. El hombre se aleja unos pasos, observa el aparato y empieza a toquetarlo.
–Es un experto, o un loco –dijimos con la impunidad que nos da la lengua materna.
Click. Una. Otra. Otra. Nos pidió que nos moviéramos a la izquierda, obedecimos como niños. Otra vez la pose. Nos enderezó. Click. Click. Sesión fotográfica. Esperaba que alguna sirviera para el marco de mimbre que compré en la feria callejera de Saint Germain.
–Gracias. Thank you. Merci.
Y entonces me ofrecí para fotografiarlos frente a la pirámide o donde quisieran. Es lo que se estila en esos casos, al menos eso indica mi austero manual de protocolo. Nuestro fotógrafo asintió. Me entregó la máquina que tenía colgada de su cuello, pesaba, me explicó cuál era el gatillo y se dirigió al lado de sus amigos que reían con grotescas carcajadas. Se abrazaron. No paraban de reírse y moverse. Los estampé, pero se escaparon como diez fotos. El hombre me indicó con la mano que sacara otra. Y fueron otra decena de disparos. Luego me pidió, aunque no sabría repetir las palabras con las que lo dijo, que fotografiara el Louvre. Disparé a la pirámide, al palacio, a la gente. Le entregué de mal modo la máquina, aburrida de la mala educación de los burlones amigos.
Sobre la estufa a leña de mi casa reposa uno de sus retratos, nada del otro mundo, mi exceso de peso está a la vista y las bolsas debajo de los ojos de mi marido también, aun así es la mejor foto juntos que tenemos de París.
Quiso la casualidad que dos años después a raíz de una cadena de sucesos que no vienen al caso, coincidiéramos con un amigo, experto en fotografía, en una muestra de las mejores fotos de los últimos años, una exhibición imprescindible para los que tenemos cierta lujuria con la cultura.
Un fotógrafo croata había sido el ganador en el 2010. Una fotografía de París, de la pirámide del Louvre. Movida. Mal encuadrada.
–¡Es genial! - Dice el entendido que nos acompaña, previo a una catarata de detalles acerca de dónde habitaba la originalidad de la imagen.
La miro con mayor detenimiento. Luego enfoco la imagen junto al nombre del autor. Eran tres hombres a las carcajadas. ¿Ya es obvio? Sí, eran dos de las fotografías que les saqué junto a la pirámide, fuera de foco, y con el Louvre cortado y torcido.
–Esta foto la saqué yo –proclamo.
Soy exagerada y tengo inclinación por las ficciones, lo sé, por eso no me creían. Se agarraban la barriga para reírse.
–Ricardo, mirá a los tipos de esta foto. Son los que nos sacaron la foto. ¿Te acordás? ¡Fijate!
La sorpresa lo dejó quieto frente a la imagen. Todos hicieron silencio.
¿Había ganado el premio a la mejor fotografía, o es que ese retrato tenía valor porque él era el autor?
¿Había ganado el premio a la mejor fotografía, o es que ese retrato tenía valor porque él era el autor?
Recuerdo la puerta de un baño del museo de Orsay, en la que está escrita una frase entre suspiros de verdad: Donde todo es arte, nada es arte.
En el baño montevideano donde se exhibió la muestra de las mejores fotografías de los últimos años dice: Donde nada es arte, ¿si el artista tiene un nombre, todo lo es?
3) Reflexión
Vivo en un lugar en el que el acceso a los originales es casi imposible, las muestras itinerantes no llegan a mi ciudad y por lo tanto los libros de arte, o las fotocopias de los libros de arte, son la manera de tener contacto y acceso a la pintura. Ir al viejo continente era, entre otras muchas oportunidades, el momento de llegar a los ansiados originales. Ver por primera vez un Van Gogh, un Duchamp, un De Chirico, un Dalí, un Bacon. Me preguntaba si sería distinta la emoción. Y sin duda que lo fue, pero me vi frente a cuadros tantas veces observados preguntándome ¿por qué me emociono tanto más que frente a las copias? ¿Será porque llegamos a ver la mano detrás del trazo del pincel?, ¿o porque vemos el ojo de Vincent y su angustia desde más cerca?
El cartel con el nombre del artista es diez veces más grande que los datos del cuadro en exhibición. ¿Por qué? ¿Es más importante el autor que su producción? El creador se convirtió en marca registrada por crear lo que creó. La obra trascendió primero, y fue por ese motivo que el nombre fue marca. ¿O no? A la vez, luego de que hizo lo que hizo, ya sólo importa quién es, y ¿haga lo que haga estará en exhibición con un gran cartel con su nombre, y uno más pequeño para su obra?
¿Qué se busca en las visitas a los museos? En los museos se busca lo que ya se conoce, y rara vez, ya que son monstruos que se tragan el tiempo y el espacio, uno se adentra en salas de quienes no conoce. Como si uno fuera ahí, muchas veces, buscando testimoniar y certificar lo que ya ha visto y leído.
En el baño de hombres del museo de Orsay en una puerta dice: Donde todo es arte, nada es arte. Es cierto. El aburrimiento puede llegar de pronto, cuando la belleza es la monotonía posible.
Pensaba en esa sensación que transmite la frase: donde todo es arte, nada es arte, pareciera que lo que se rompe allí es el encuentro, ese golpe súbito de eso que no se busca pero que de pronto nos asalta y enfoca nuestra mirada hacia otra dirección
ResponderEliminar"Donde todo es arte, todo es arte", diría Lacan.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPero el arte, supone un corte. Una nueva interrogante,¿no? Mayra
ResponderEliminarPOESÍA POESÍA todo poesía
ResponderEliminarhacemos poesía
hasta cuando vamos a la sala de baño
palabras textuales del Cristo de Elqui
mear es hacer poesía
tan poesía como tañer el laúd
o cagar o poetizar o tirarse peos
y vamos viendo qué es la poesía
palabras textuales del Profeta de Elqui
Y POR FAVOR destruye este papel
la poesía te sigue los pasos
a mí también
a todos nosotros
Nicanor Parra
Excelente ejemplo de corte!
ResponderEliminar“Uno tiende a percibir las cosas de modo tal que puedan integrarse buenamente a la rutina de sus días. Si cualquiera de nosotros se detuviera a percibir cualquier cosa que fuere, con la intensidad que cualquier cosa que fuere merece, no habría rutina posible, ni contrato social posible. La percepción es manejada por la conciencia a su gusto, y cuanto más estrecha es la conciencia, tanto más desvaída es la percepción. La percepción es un acto de entrega, es un acto de desintegración psíquica. Por eso somos cuidadosos en la selección y en los alcances de nuestra percepción. Ciegos porque no queremos ver; y no queremos ver porque sabemos, o creemos, que no tenemos la fuerza necesaria para cambiar todo”. Mario Levrero, La novela luminosa
ResponderEliminarel arte, así como también la experiencia de lo inconciente, introduce la dimensión de la alteridad, de lo que interrumpe el letargo cotidiano
Eliminarlo que se dice, sacudir la estupidez
EliminarEl arte esta en la mirada..........
EliminarDice Levrero que Dylan Thomas decía que no podía considerar hermosa ninguna cosa efímera; que la belleza es cuestión de eternidad.
EliminarDice Levrero: "no puedo pensar en nada que no sea efímero. Aun las formas puras necesitan de una mente efímera para existir. La belleza está en la mente, no en las cosas; y las formas puras solo existen en la mente"
EL discurso Vacío, pág. 143
me quedo pensando....
Vi en una película, que por cierto es de las que más me han conmovido, tal vez porque llegó a mi respondiendo a necesidades del momento..., que uno puede leer, ver videos, empaparse de conocimiento sobre algo, pero sentirlo, vivirlo es la verdadera experiencia...
ResponderEliminarUno puede leer sobre el amor, pero hasta que uno ve en la mirada del otro la experiencia compartida, como tener un hijo, como verlo partir, uno no experimenta el amor.
Has tenido el honor de experimentar lo que yo he visto en forma virtual, y aún así logró conmoverme...tal vez esté más "dominada" por el sistema...no se, da para pensar.
También es válido el aburrimiento...