Fragmento de Elvira no reflexiona de Corín Tellado

 ¡Era tan incomprensible Daniel! ¡Tan desconcertante! Aquel su querer arrebatadamente y después una indiferencia casi ofensiva… y tenía miedo. Miedo de perderlo porque temía constantemente que Daniel la deseara tan solo. Ella no supo lo que era el amor hasta que se casó con él. Eran sus besos como promesas silenciosas que cada día le proporcionaban una emoción y una sorpresa.  Y sus caricias como fuego. Y tenía que saber. Un día se lo preguntaría. No podía vivir en aquella incertidumbre. “¿Me amas Daniel?” Sí, un día se lo tendría que preguntar.     

Y Daniel tendría que ser sincero. Y si le decía que la deseaba, que era para él una mujer seductora nada más, ella se moriría de dolor, porque Daniel ya no era para ella el hombre tan sólo, el hombre emocional que es nuevo cada día. Era, por el contrario el marido, el compañero que se teme perder y cuya pérdida sería el caos, la destrucción de todas las esperanzas. Necesitaría tener hijos de Daniel y aferrarse a una ternura que fuera su vida futura…   ¿Dónde estás?    

Se incorporó prestamente. Quedó sentada en el diván. Daniel ya estaba allí, de pie en el umbral, y la miraba sonriente alentador.     

-Estoy aquí- dijo bajo, a lo tonto.    

Y es que no podía perder aquella timidez que Daniel le inspiraba con su presencia.    

-Ya te veo.    

Se sentó a su lado. La contemplaba muy de cerca.    

-¿No has salido?    

-Sin ti…no.    

-¿Cómo debo tomarlo?    

-Como es.    

-Gracias, gatita.    

-Me gustaría saber por qué te parezco una gatita.    

La tomó en sus brazos, la dobló sobre su pecho y mirándola a los ojos, murmuró: -Porque hasta que yo te conocí fuiste una audaz muchacha, deseosa de conocer el secreto de la vida y del amor que otros te hicieron creer que era un paraíso y del cual tú no vislumbraste la periferia. Para mí no fuiste, ni eres, ni serás nunca, esa muchacha audaz; por el contrario, fuiste y serás una gatita sumisa que camina por la vida de mi mano y no tira de ella, se deja llevar.    

- Y así deseabas tú que fuera tu esposa.    

-Sí. Sólo por eso estaba soltero, porque aún no había encontrado mi gatita. Y donde los demás vieron una mujer gobernadora, yo vi una criatura que iba a dejarse gobernar.    

La besó en los labios sin dejarla responder. Con intensidad, de aquel modo acaparador.    

    

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario


Páginas vistas