El 13 enero de 1935, Pessoa envía una carta a su discípulo de Coimbra, el escritor Adolfo Casais Monteiro, en la que habla acerca
de la génesis de los heterónimos. Dice Pessoa:
Desde niño he tenido la
tendencia a crear a mi alrededor un mundo ficticio, a rodearme de amigos y
conocidos que nunca han existido. (No sé, bien entendido, si realmente no han
existido o si soy yo el que no existe. En estas cosas, como en todo lo demás, no
debemos ser dogmáticos). Desde que me conozco como aquel que defino «yo»,
recuerdo haber dibujado mentalmente, en el aspecto, movimientos, carácter e
historia, varias figuras irreales que eran para mí tan visibles y mías como las
cosas que llamamos, tal vez abusivamente, la vida real. Esta tendencia, que
tengo desde que recuerdo ser un «yo», me ha acompañado siempre, variando
levemente el adagio musical con el que me fascina, pero sin alterar nunca su
carga de fascinación.
Y añade unos párrafos después:
Hacia 1912, salvo errores
(que de cualquier manera serán mínimos), me vino la idea de escribir alguna
poesía de índole pagana. Esbocé algo en versos irregulares (no en el estilo de
Álvaro de Campos, sino en un estilo de media regularidad), y lo deje. Se había
esbozado en mí, sin embargo, en una mal tejida penumbra, un vago retrato de la
persona que estaba escribiendo aquellos versos. (Había nacido, sin que yo lo
supiese, Ricardo Reis).
Un año y medio o dos después, un día se me ocurrió gastarle una broma a Sá-Carneiro: inventar un poeta bucólico, bastante sofisticado y presentárselo, no me acuerdo ya de qué modo, como si fuese real. Pasé algunos días elaborando al poeta sin que me viniese nada a la mente. Al final, un día en que había desistido -era el 8 de marzo de 1914- me acerqué a una cómoda alta y tras recoger una hoja de papel, comencé a escribir, de pie, como escribo cada vez que puedo. Y escribí treinta y tantas poesías, seguidas, en una especie de éxtasis del que no conseguí definir su naturaleza. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener ya un día semejante. Comencé con un título O Guardador de Rebhanos. Y lo que siguió fue la aparición en mí de alguien a quien inmediatamente di el nombre de Alberto Caeiro. Perdóneme lo absurdo de la frase: en mí había aparecido mi Maestro. Fue ésta mi inmediata sensación. Tanto que, apenas escritas las treinta y tantas poesías, cogí otra hoja de papel y escribí, inmediatamente, las seis poesías que constituyenChuva Oblíqua, de Fernando Pessoa. Inmediata y totalmente ... Fue el regreso de Fernando Pessoa-Alberto Caiero a Fernando Pessoa-él solo. O mejor, fue la reacción de Fernando Pessoa a la propia inexistencia de Alberto Caeiro.
Aparecido Alberto Caeiro, me puse inmediatamente a buscarle, instintiva y subconscientemente, unos discípulos. Extraje de su falso paganismo al Ricardo Reis latente, le descubrí el nombre y se lo adapté, porque entonces ya lo veía. Y, de repente, y por derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me vino a gala impetuosamente un nuevo individuo. De sopetón, y en la máquina de escribir, sin interrupciones ni correcciones, surgió la Oda Triunfal de Álvaro de Campos: la Oda con este nombre y el hombre con el nombre que tiene.
Un año y medio o dos después, un día se me ocurrió gastarle una broma a Sá-Carneiro: inventar un poeta bucólico, bastante sofisticado y presentárselo, no me acuerdo ya de qué modo, como si fuese real. Pasé algunos días elaborando al poeta sin que me viniese nada a la mente. Al final, un día en que había desistido -era el 8 de marzo de 1914- me acerqué a una cómoda alta y tras recoger una hoja de papel, comencé a escribir, de pie, como escribo cada vez que puedo. Y escribí treinta y tantas poesías, seguidas, en una especie de éxtasis del que no conseguí definir su naturaleza. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener ya un día semejante. Comencé con un título O Guardador de Rebhanos. Y lo que siguió fue la aparición en mí de alguien a quien inmediatamente di el nombre de Alberto Caeiro. Perdóneme lo absurdo de la frase: en mí había aparecido mi Maestro. Fue ésta mi inmediata sensación. Tanto que, apenas escritas las treinta y tantas poesías, cogí otra hoja de papel y escribí, inmediatamente, las seis poesías que constituyenChuva Oblíqua, de Fernando Pessoa. Inmediata y totalmente ... Fue el regreso de Fernando Pessoa-Alberto Caiero a Fernando Pessoa-él solo. O mejor, fue la reacción de Fernando Pessoa a la propia inexistencia de Alberto Caeiro.
Aparecido Alberto Caeiro, me puse inmediatamente a buscarle, instintiva y subconscientemente, unos discípulos. Extraje de su falso paganismo al Ricardo Reis latente, le descubrí el nombre y se lo adapté, porque entonces ya lo veía. Y, de repente, y por derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me vino a gala impetuosamente un nuevo individuo. De sopetón, y en la máquina de escribir, sin interrupciones ni correcciones, surgió la Oda Triunfal de Álvaro de Campos: la Oda con este nombre y el hombre con el nombre que tiene.
Álvaro de Campos surge cuando Fernando Pessoa siente “um impulso
para escrever”, dice que Campos se ubica en el “extremo
oposto, inteiramente oposto, a Ricardo Reis”, a pesar de ser también discípulo
de Caeiro.
Campos es un ingeniero naval y viajante, es un vanguardista cuya
poesía evoluciona con el tiempo. Acerca de los datos biográficos de éste
heterónimo deja escrito en una carta:
Álvaro de Campos nació en Tavira el 15 de octubre de 1890 (a las 13,30 (...) y es verdad, porque hecho el horóscopo con esa hora ha resultado exacto). Éste, como usted sabe, es ingeniero naval (ha estudiado en Glasgow), pero actualmente se encuentra aquí en Lisboa, sin ejercitar su profesión. (...) Álvaro de Campos es alto (m.1,75, 2 cm más que yo), delgado y con tendencia a encorvarse. (...) la cara afeitada (...) entre blanco y moreno, vagamente del tipo hebreo portugués pero con el pelo liso y normalmente con la raya a un lado, monóculo. (...) ha recibido la normal instrucción del bachillerato, después fue mandado a Escocia a estudiar ingeniería, primero mecánica y después naval. Durante unas vacaciones hizo un viaje a Oriente, del que nació la poesía Opiário. Le enseñó latín un tío de Beira que era sacerdote.
Fernando PESSOA, "Carta a Adolfo Casais Monteiro”. En TABUCCHI, Un baúl lleno de gente
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