Julio César Castro

En Langue Lengue estamos trabajando sobre el Humor. Para esta reapertura nos pareció muy significativo recordar al entrañable Juceca.

Juceca, Montevideo 1928-2003. Escritor, humorista, y dramaturgo uruguayo

 A través de su personaje Don Verídico (Los cuentos de Don Verídico, Editorial Arca 1979) desarrolló un humor absurdo que encontró cobijo en el boliche El Resorte, lugar en el cual seres entrañables beben acodados en la barra, mientras disertan con tremendismo asuntos filosóficos.
Los dejamos con uno de sus cuentos, esperamos que lo disfruten tanto o más que nosotras.



El sorprendente caso del lobizón sorpresa

Asunto que supo ser como de brujería, lo que hizo un tal Moretón Mortajo, lobizón él, pero del tipo lobizón sorpresa, de los que nunca se sabe en qué se le pueden convertir. Lobizón con un respeto pa la fecha, eso hay que decirlo, porque se convertía nada más que los viernes a la medianoche. Y tanto en bicho como en cosa cualquiera. Como ni él ni naides sabía en qué se podía convertir, los viernes lo invitaban al boliche El Resorte y se armaba timba. La gente apostaba, y el que acertaba en qué, se llevaba toda la plata. Y Moretón Mortajo, que era el que hacía el trabajo más difícil, apenas si lo arreglaban con una copita y un quesito con mermelada pa picar. Y una noche va y se convierte en ventilador. No embocó naides, y arriba salieron varios engripados porque hubo corriente y además se volaron varios billetes. Otra noche, a las doce en punto, va y se convierte en arroyo crecido, y no acertó naides y arriba casi se ahogan cuatro. Algunos de los timberos lo quiso cachetear por convertirse en cosas así, que nadie le podía embocar. Y un viernes 13, lo invitaron a que fuera al Resorte pa formar timba, pero que fuera temprano, le dijeron. Medio en secreto pero las voces se corrieron y llegó gente de lejos, y algunos con plata fuerte como ser treinta y dos pesos, y hasta más. Lo hicieron ir temprano cosa de tener tiempo de irlo observando y ver de adivinarle algún gesto que diera una pista. Le sirvieron vino, lo hicieron caminar de allá pa acá, lo tuvieron un rato sentado en una silla, le preguntaban cosas, datos y chismes de los hermanos y abuelitos, le averiguaban gustos, todo pa ver si le descubrían una inclinación, un algo, una señal pa ver si esa noche se convertiría en ternero, en cacerola, en sillón de dentista, en puesta de sol, en teléfono ocupado, cosas así, porque era lobizón sorpresa. La Duvija, un suponer, opinó que por la manera de sentarse podía convertirse en espejo de tualé. El tape Olmedo fue y le comentó a Rosadito Verdoso, le dijo:

–Pa mi, por la forma que tiene de agarrar el vaso, clavau que se convierte en estatua de hombre leyendo un libro.

Rosadito Verdoso lo miró así al tape, y le dijo que de ninguna manera, y que por la forma que estaba peinado esa noche no andaba lejos de que se convirtiera en un fardo de pasto seco. Cada uno se hizo una idea, y cuando se acercaban las doce de la noche empezaron las apuestas con el nombre de lo que sería, y cada cual a poner la plata en el mostrador porque no se aceptaba si no se veían los pesos.

A lo lejos sonaron las campanas de las once, y todas las vistas estaban clavadas en Moretón Mortajo, y Moreton serenito y sin dar señales. La solitaria campanada de once y media hizo que la gente se moviera inquieta de un lau pal otro, y se rascaban las barbas sin un criterio y alguno se asomaba como pa ver la noche, como si el viento o la luna llena le pudiera dar el dato justo, pero nada. Hasta que empezaron a sonar las que iban a ser doce campanadas, las de la medianoche, la hora en que el lobizón sorpresa se había de convertir. Y a las doce en punto, va y se convierte en sargento de policía. Los acusó de timba con cuerpo del delito a la vista, y sin siquiera sacar el arma de reglamento les decomisó todita la plata y los dejo tres días encerrados en el boliche, incomunicados, y pa pior, sin vino.

Mesa de luz


Mesa de luz es una sección entrañable para las tres integrantes de Langue Lengue; una sección que con entusiasmo escribimos mensualmente, queriendo compartir las lecturas que vamos haciendo; una sección en la que esperamos nos cuenten ustedes, también, los libros que los esperan junto a la cama en sus mesas de luz, cada noche.


Mesa de luz de Mayra                                                                                                                           


He estado leyendo y abandonando unos cuantos libros en los últimos meses. Siempre me pregunto si se trata de una cuestión de disponibilidades puntuales o si con ese sólo intento podemos sentenciar que tal o cual autor no nos gusta. Lo cierto es que en mi caso pocas son las veces que reincido si no logré que la lectura me obligara en ese primer round de seducción. ¡Qué vamos a hacerle! La lista de libros deseados tiene un gran acumulado y entonces lo usual es que avance al siguiente casillero.
Aun tibio en la mesa de luz está Las arañas de marte de Gustavo Espinosa, uno de esos ejemplares que te agarran desprevenida -llegó a mis manos por ser socia de Banda Oriental-, me gustaron los colores de la tapa, ojeé alguna frase de la introducción, y me intrigó el compartir con el autor el gusto por Cortázar. Me llevó de principio a fin sin darme siquiera la oportunidad de preguntarme si quería o no terminar el libro. Quisiera leer algo más de este escritor uruguayo, en cuyas páginas encontré una preciosa manera de narrar y un pasado que me permitió crear memoria.
Otro texto que me tiene entre sus manos es No leer, del chileno Alejandro Zambra: una sucesión de pequeños artículos despliegan opiniones muy interesantes acerca de la lectura de diferentes autores –entre otros Mario Levrero, Macedonio Fernández, José Donoso–, ensayos que cuestionan las maneras de escribir, las de leer y las de criticar en América Latina. Un precioso ejemplar que voy leyendo en cuotas cada sábado que puedo pasar un rato por la biblioteca del Centro Cultural de España. Pocos lugares, para mi gusto, son más propicios para estar leyendo, pensando, y deleitándose en la cafetería con un capuchino y torta de ricota con pasas de uva.
En la mesa del consultorio, entre el reloj y la lámpara, se apilan libros de psicoanálisis. Descansa recién terminado Sinthome, incidencias de escritura, de la Colección Convergencia. Una serie de ponencias enlazadas en torno al Seminario 23 Le sinthome, de J. Lacan. Novedosas lecturas de colegas argentinos que habilitan interrogantes clínicas alrededor de los movimientos posibles en y con el nudo borromeo. Espera su turno el seminario 21 de J. Lacan, Los no incautos yerran, texto en el que algunas puntualizaciones teóricas que vengo siguiendo supongo se aclararán, si encuentro el coraje de seguirlo a la letra.
Los amores, por supuesto que están a mano. Los libros de Levrero los abro seguido como quien consulta al horóscopo; Carta a una señorita en París, Axolotl y Casa tomada los leí en voz alta para alguien que tenía curiosidad de Cortázar; he picoteado también los seminarios de Lacan, según se alboroten las ideas a lo largo del día en el consultorio.


Mesa de luz de Paola                                                                                                                            

De que la Asociación Psicoanalítica de Viena le obsequió como regalo de bodas a Mathilde, la primogénita de Freud, un cuadro con un retrato de Freud sin barba –que databa del verano de 1908 cuando Freud se había afeitado totalmente-,  me enteré por el libro Sigmund Freud - Cartas a sus hijos, de Editorial Paidós. Que ese haya sido el regalo de bodas muestra una falta de tacto, buen gusto y sentido común por parte de la Asociación que convierte el gesto en un chiste, pero lo mejor de la anécdota radica en que Mathilde no reconoció a su padre en el retrato y decidió cambiarlo por un juego de copas y cubiertos de plata que le resultaban, sin duda, más prácticos y apropiados para su nueva casa.
Este es uno de los libros que se encuentran en mi mesa de luz desde hace algunos meses. Confieso que, si bien la extensa correspondencia entre Freud y sus hijos permite seguir explorando aspectos interesantísimos –al menos para mí de la personalidad de Freud y también del contexto tanto familiar como histórico en el que la teoría psicoanalítica fluía a través de su pluma, por momentos se me vuelve inevitable la pregunta: ¿leería algunas de estas epístolas si no provinieran de la pluma de Freud?... De todos modos, prosigo lentamente con la lectura y dejo que esa pregunta se deslice sobre las páginas con la esperanza de poder contestarla al final de la lectura.
Virginia Woolf - La vida por escrito, de Irene Chikiar Bauer, es el libro que me tiene trabajando más en este momento. La biografía de 900 páginas, que combina elegantemente el estilo académico con el literario, que supuso 7 años de trabajo a esta escritora argentina, me permite habitar en el universo de Virginia Woolf y permanecer en él tanto tiempo como quiera.
La vida por escrito permite leer la vida de Virginia Woolf desde la perspectiva del lugar que la escritura ocupó en la vida de esta mujer, que entiendo del orden del fundamento. Pero también la frase La vida por escrito trae en su formulación cierta clave melancólica, que presenta esa otra arista que Woolf escribe pero sin embargo se le escapa, se le torna imposible: “to look life in the face”.
Esperan haciendo equilibrio junto con alguna novela de Jane Austen Nadia Fusini con Poseo mi alma, El secreto de Virginia Woolf y Elisabeth Roudinesco con La familia en desorden.
¡Ojalá tuviera más tiempo de ocupar mi poltrona junto al fuego, nada mejor en un agosto que se anuncia cruel, nada como el invierno para dar rienda suelta a la lectura!


Mesa de luz de Elianna                                                                                                                       


Hoy me desperté con las letras desordenadas. Será por la reapertura del blog, los dientitos de Salva que están queriendo salir, o el fin de mi análisis, que aconteció esta misma semana, después de unos largos y productivos años. Miles de hojas. Será por una de esas tres cosas, o dos, o tres. Nacer. Es raro este sentimiento de soledad que empiezo a sentir ahora. Por el fin de mi análisis digo. Hasta la lectura de libros es con una perspectiva diferente, entre pañales y mordillos. Desde que nació Salvador, claro está. Cada texto que leo o releo y me gusta, quiero correr a compartirlo. Con ustedes, me refiero.

Los tiempos son otros, las lecturas han sido escasas pero intensas, y muchas veces con Salvador en mi regazo. He descubierto que Cortázar se puede leer boca arriba, mientras vigilo insomne que Salva duerma, y que los poemas de Peri Rossi tardan lo que una estadía en el coche. (Por cierto que su sarcasmo y su capacidad de reírse de sí misma me quedan, como una risotada bajita, por mucho tiempo más. O hasta que los releo y los resignifico: una risa dialéctica, es decir, una auténtica sonrisa.) Mi casa es la escritura es uno de mis libros favoritos. Y Playstation es, más que la risa bajita que comentaba recién, una carcajada a boca de jarro. La poesía es una de las formas de literatura más plausibles de ser releídas: uno siempre encuentra una vuelta de tuerca nueva, y eso –creerán que lo digo ex profeso porque estamos con el Humor en el tapete pero yo de verdad lo digo siempre–, es una de las más vehementes pruebas de que estamos ante un texto literario de calidad.

Este racconto iba a empezar de una manera pero, como dije al principio, hoy me desperté con las letras desordenadas y tuve que cambiarlo. Iba a empezar con Ceci, nuestra querida Ceci, que ya publica en papel su propia narrativa, pero empezó al revés. Ceci es ahora coautora de un libro de cuentos llamado 22 mujeres +, que nació más o menos con Salvador –razón por la cual no pude estar físicamente en su presentación–, pero al poco tiempo ella misma me proporcionó un ejemplar dedicado y autografiado, una joyita. (Tal vez Ceci por ese entonces ya sabía que mi tiempo de exposición a la lectura tendría estas nuevas características, y adivinó que un cuento a veces es la medida exacta entre siesta y cambio de pañal.)

Otra aventura de estos meses relacionada con la lectura ha sido el libro de Mayra, que nació al papel y la tinta en el mes de abril. Rutas cortazarianas es la bitácora de viaje de una familia entrañable donde aparecen un licenciado en psicología, una domadora del tiempo y una serie de personajes extraños que evocan al propio Cortázar… Un viaje de ida y de nunca más vuelta, una cinta de Möebius de la que el lector es arte y parte. Un libro que, entre otras cosas, me llevó a leer Los autonautas de la cosmopista, padre biológico de Rutas. Papeles inesperados es otro gran libro de Cortázar que me acompaña, gracias a Mayra, últimamente, y que por su calidad de antología me es propicio leer. Una lindísima y entrañable colección de textos que se puede empezar a leer por cualquier parte –y también en cualquier momento… Mientras Salva juega en su gimnasio, por ejemplo–.

Como ven, queridos lectores, se han producido varios nacimientos en Langue Lengue estos últimos tiempos. Y los nacimientos inevitablemente le desordenan a una las letras.

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