Por Mayra Nebril
Algunos fragmentos del Libro del desasosiego nos ponen a conversar mucho en Langue Lengue. Pessoa con sus afirmaciones contundentes, recorta temas que dividen posiciones. En su fragmento 138, del cual hice un recorte a su vez para poner el foco en el asunto que me interesa, deja plantedo: ¿viajar o no viajar?, ¡esa es la cuestión!
Nos obligó entonces a darle
cuerpo a las opiniones, a buscar filósofos, escritores, pintores aliados, que
nos ayudaran a contraponer, a definir cómo decir, a descubrir por qué nos
dejaba frente a reacciones viscerales con sus sentencias, e incluso preguntándonos
¿qué es lo que realmente pienso de esto?
¿Qué significa viajar, y para qué sirve? Cualquier ocaso es el ocaso;
no es necesario ir a verlo a Constantinopla. ¿La sensación de liberación que
nace de los viajes? Puedo experimentarla saliendo de Lisboa y yendo hasta
Benfica, y experimentarla de modo más profundo que quien va de Lisboa a China.
Porque si la liberación no está dentro de mí, no está, para mí, en ninguna
parte…
Quien cruzó todos los mares cruzó tan sólo la monotonía de sí mismo. Yo
ya crucé más mares que nadie. Ya vi más montañas que las que hay en la tierra.
Pasé ya por más ciudades que las existentes, y los grandes ríos de ninguno de
los mundos fluyeron, absolutos, bajo mis ojos contemplativos. Si viajara, sólo
encontraría la débil copia de lo que ya había visto sin viajar…
¿Qué puede darme China que mi alma no me haya dado ya? Y, si mi alma no
me la puede dar, ¿cómo ha de dármelo China, si es con mi alma como veré China,
si es que la veo? Podré ir a buscar riqueza a Oriente, pero no riqueza de alma
porque la riqueza de mi alma soy yo mismo, y yo estoy donde estoy, con Oriente
o sin él.
Entiendo que viaje quien sea incapaz de sentir. Por eso son tan pobres
siempre, como libros de experiencia, los libros de viaje, valiendo tan sólo lo
que valga la imaginación de quienes los escriben. Y si quien los escribe tiene
imaginación, tanto puede encantarnos con la descripción minuciosa, fotográfica
a modo de estandartes, de paisajes que imaginó, como con la descripción,
forzosamente menos minuciosa, de los paisajes que creyó haber visto. Somos
todos miopes, excepto para dentro. Sólo el sueño ve con la mirada.
Pág 147/48 Libro del desasosiego
Los viajes.
En la última semana hemos hablado
mucho de viajes, de los internos y de los externos, de la posibilidad de conocer cosas –nuevas- que nos permitan
cambiar de opinión, de perspectiva, de modo de pensar, ¿o no?, ¿no son las
cosas?, ¿ni las personas?, ¿todo se trata de y transcurre en el interior de uno
mismo?
Pessoa y su ensimismamiento, ¡cuántas
interrogantes!
¿Será que no es necesario moverse
para que las cosas cambien?, a veces sí, a veces no, o quizás incluso depende
de para quien, ¿toda posibilidad de transformación está en uno mismo?, como
semilla, quizás, pero ¿qué valor tiene el otro, como otro distinto, ajeno para
que la cuestión prospere en un sentido o en otro?, ¿qué valor tiene la
experiencia de ir y volver, la experiencia de buscar, la experiencia de pasar
por determinados lugares, de pasar por otro/s?, ¿qué lugar otorgarle a lo que
encontramos?
Viajar, encontrarse con cosas
desconocidas, desprenderse del lugar propio, del lugar común, de las certezas -ficticias
o no- de lo cotidiano, descubrir lenguas, sabores, olores, temperaturas,
colores, nuevos modos de ordenar las mismas cosas de siempre, asuntos inauditos-inauditos
en todos sus sentidos, inauditus- músicas,
sonidos callejeros, conocer gente, cambiar el contexto, los pretextos, poner al
yo en otras circunstancias.
Me cuesta darle crédito a la
pregunta ¿de qué sirve viajar?, porque es obvio que hay un placer en juego, uno
viaja y se divierte, también se aliviana, y sobretodo descubre. Entonces, ¿cómo
puede Pessoa desconocerlo? No lo desconoce, en verdad dice que esos
descubrimientos sería uno capaz de hacerlos sentado en el living de su casa.
¿Tendrá razón?
Claro, de pronto comprendí que ¡esta
afirmación tiene historia, éste ha sido un tema para la filosofía desde
Aristóteles, pasando por Locke, Kant, Heidegger, hasta Deleuze! Los objetos,
los sujetos y los modos de acceso al conocimiento. No soy gran conocedora de
filosofía y los pocos conocimientos que tengo están enredados en una nube que
enmaraña nombres y tiempos, así que dado el interés que el tema me despertó fui
a picotear lecturas en las que se reseñan autores, historias de la filosofía, y
síntesis de ese tenor que me pudieran refrescar cómo es que se dividen las
aguas acerca de si hay una esencia, una forma a conocer en las cosas, y por lo
tanto habría un conocimiento singular a realizar, de ese sujeto con esa cosa en
particular, por lo tanto viajar estaría recomendado-es una suposición, claro
está- por ejemplo por Aristóteles que podría haber afirmado Venga a Grecia, encontrará la esencia de unas
cuantas cosas y ya no será el mismo que antes de viajar.
Pero la pregunta se recortó con
más fuerza en la modernidad, ¿todo lo que conocemos y podemos llegar a saber
nos llega por los sentidos?, ¿o por estructuras de conocimiento, de pensamiento
previas a lo que vamos a percibir?, ¿o será en el intercambio posible entre ese
sujeto y ese objeto, en un orden histórico dado, que surja una idea producto de
esa experiencia?
Si los objetos no son realidades
independientes del que mira, si percibir es una actividad, el sentido estaría
en el sujeto no en las cosas, ¡una revolución!, el asunto es lo que el sujeto
puede concluir del objeto, entonces ¿para
qué va a venir?, ¡quédese, ahorre dinero y energías, concéntrese en descubrir
lo que ya está en usted, con eso será suficiente, además no hay más, así que póngalo
en su mundo y estese quieto! De hecho dicen que Kant jamás se movió de su
pueblo, -a diferencia de Pessoa cuya infancia lo llevó a aventurarse en otras
tierras,- se quedó en su ciudad y mantuvo las rutinas como modo riguroso de
vida. Kant y Pessoa, con más de 100 años de diferencia entre uno y otro, sostienen
que es imposible contactar con las cosas en sí mismas, por lo tanto uno es capaz
de descubrir lo que vaya a ser capaz de descubrir sin moverse del living o el
sótano de su casa.
Podemos decir también, tomados de
la mano de Heidegger, que el ser-en-el-mundo tendrá que lidiar con las
posibilidades que se abren cotidianamente para cada quien, posibilidades que
definen el sentido de las cosas, posibilidades que tomamos o descartamos, pero
siempre teniendo a la vista que una sola posibilidad es absolutamente cierta, ¡la
muerte!, la temporalidad. Así que, ¿viajar
o no viajar?, ¡viaje!, salga de la mediocridad de la rutina, vaya a conocer otras
culturas, elija otras lenguas, el lenguaje es la casa del ser, poetice, descubra
lo mismo una y otra vez, lo mismo ¡su muerte! que seguro está ahí, pero es una
buena idea tomar esa posibilidad que lo llevará lo más lejos que esté a su
alcance, para que sea allí que lo encuentre-si es al regreso mejor, por
supuesto-la muerte.
Supongo que puedo también decir, Dele al yo nuevas circunstancias, ¡Viaje a
la China!, o porque no explicarle: Póngase
en marcha, sólo allí acontecerá eso y no otra cosa, por lo tanto –aun
no siendo seguro que el acontecimiento sea placentero-, con seguridad no será
el mismo que si estuviera echado en el sillón de su casa.
En conclusión, si es que tal
expresión aplica a esta sucesión de párrafos que al mejor estilo Cantinflas, ¡Ahí está el detalle!, ni lo uno, ni lo
otro, sino todo lo contrario, puedo asegurarles que aún sin saber bien en
cuál de todos los argumentos me apoyo, puedo afirmar que no es lo mismo ir a
China que no haber ido, y lo digo sin conocer Oriente, lo sentencio desde el
teclado de mi computadora que por ahora está en un rincón del comedor de mi
casa.